Opinión

Trofeos en miniatura

En 1931, un niño de nueve años llamado Jackie Cooper fue nominado a los Oscar como mejor actor. Perdió. El premio lo ganó Lionel Barrymore. Los miembros de la Academia pensaron que era injusto que ese chaval compitiera con actores consolidados y tuvieron la idea de instaurar un nuevo reconocimiento, un galardón reservado a los menores de 18 años, el premio honorífico que también se conoció como Oscar juvenil. El trofeo era como el de los grandes, pero en miniatura, y la primera persona que lo ganó, en 1934, fue Shirley Temple, una niña prodigio de pelo rizado que después protagonizó muchas películas con Mickey Rooney, otro niño prodigio que también ganó este Oscar para los peques y que, con el paso de los años, acabó casándose con Ava Gardner. La actriz con más renombre que recibió el premio (una estrella con todas las de la ley, de pequeña y de mayor) fue Judy Garland por The Wizard of Oz, cuando ya tenía 18 años. En 1962 dejaron de otorgarlos y, desde entonces, ya no hubo distinciones por edades. Se pasó de la protección infantil a la eclosión de las pequeñas figuras que, en muchos casos, ganaron justamente por ser chavales. Tatum O’Neal, por ejemplo, se hizo con el Oscar con 10 años (aquella inolvidable Paper Moon) y, dos décadas después, Anna Paquin, también con 10, lo ganó por The piano. Eso sí, como actrices de reparto.

Podríamos escribir muchos nombres de criaturas que nos han deslumbrado. Cada uno tendrá sus preferidos. Yo, por ejemplo, me quedo con Ana Torrent. En 1973, el mismo año de Tatum, ganó el Fotogramas de Plata a la mejor actriz por El espíritu de la colmena, y poco después fue la niña ensimismada de Cría Cuervos. O con Sonsoles Aranguren que hizo de Estrella en El sur. O con la Brooke Shields de Pretty Baby y la Jodie Foster de Taxi driver. Es decir: no viene de ahora que niñas y niños reciban premios y no es ninguna novedad, tampoco, que buena parte de nuestra memoria sentimental está hecha de actuaciones memorables y de miradas inquietantes de individuos en la prepubertad.

Menos mal que no todos los directores han hecho caso al Hitchcock que decía que no se tenía que trabajar con niños, con animales o con Charles Laughton. Dicho esto, yo volvería a los antiguos premios de Hollywood, con todos los respetos por esta niña, Sofía Otero, que ha ganado en Berlín y que seguro que es buenísima y seguro que nos emocionará mucho.

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