Opinión

Me gusta cuando callas

“Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar, indefectiblemente te encontrarás a ti mismo; y esa, solo esa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas”. Pablo Neruda dejó escritas estas palabras, aunque ignoro si cumplió la profecía y si en ese momento pesó más su hermosísima obra poética o las barrabasadas que cometió con algunas mujeres. Pero igual le habría servido leer No lo haré bien (Cómo aprendimos las mujeres a no confiar en nosotras mismas), para admitir que los hombres —unos más que otros— llevamos desde tiempo inmemorial subidos a la chepa de ellas; y provocando, entre otros efectos nefastos, una auténtica pandemia de inseguridad, baja autoestima y falta de confianza. La periodista Emma Vallespinós descubrió hace tiempo que su miedo a hablar en público, su temor a significarse —aunque fuera para bien—, o el pánico a meter la pata no formaban parte de ninguna tara personal. El virus estaba extendido por todas las capas de edad y condición. Ana María Matute pidió benevolencia del público antes del discurso como ganadora del premio Cervantes; Michelle Obama confesó, ya como primera dama y significada activista, sentir el síndrome de la impostora.

El libro de Emma parte de ese fenómeno y está escrito para enfadar; porque no descubre nada nuevo, pero la profusión de ejemplos, testimonios y datos históricos sobre la toxicidad del patriarcado resulta abrumador. Y los candados en Twitter de tantas y tantas mujeres, una prueba demoledora de que el auge del feminismo ha generado un sarpullido machista y reaccionario que tiene en la selva digital su mejor abrevadero. Por eso sería una lástima dejar que el 8-M quede malherido por las peleas sobre las leyes trans o del solo sí es sí. Mejor rearmarse frente a esa contrarreforma de hombres enfadados y recordarles aquella pancarta: “somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar”. Lo cual, por cierto, no me parece incompatible con celebrar aquel verso de Neruda: “me gusta cuando callas porque estás como ausente”. Podía ser un misógino y un malencarado, pero renunciar a su poesía sería una estupidez. Otra.

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