Opinión

Electrificación

El huevo y la gallina. Así es como describe Wayne Griffiths, presidente de Seat y de la patronal del automóvil, la situación de la electrificación de coches en España. No se venden más coches porque no hay infraestructura de carga y no se despliega la infraestructura porque no hay demanda. Solo falta que Alemania trate de prolongar la vida de los vehículos de combustión o que el Perte del coche eléctrico estuviera a punto de fracasar para que los stoppers de la electrificación se froten las manos. Este jueves, las patronales del sector y todos los ministerios del Gobierno implicados en el tema se conjuraron para no perder más tiempo, algo harto difícil en un año electoral.

Griffiths dijo, con razón, que no hace falta inventar nada sino emular lo que están haciendo otros países. Y tiene razón. Hasta bastaría el sentido común. Un consumidor responsable que quiera dar el paso y adquirir un vehículo eléctrico se encuentra con las siguientes dificultades: los plazos de entrega son incluso superiores a los de combustión por la crisis de los suministros, la tramitación de las ayudas es un laberinto burocrático, las comunidades de vecinos no tienen amparo legal para superar los impedimentos que ponen los negacionistas para el uso de zonas comunes en la instalación de puntos de carga, muchos ayuntamientos han cerrado precisamente los puntos de carga públicos por el incremento del coste de la electricidad que ha estado menos subvencionada que las gasolinas... Y así tantas otras cosas: las electrolineras ni están ni se las espera, especialmente en las zonas de ocio menos habitadas. Este es el panorama. Bienvenidas sean las reuniones, pero lo que tienen que hacer las administraciones es ponerse las pilas, nunca mejor dicho. Este tren no lo podemos perder como tantos otros que hemos perdido en nuestra historia como la primera industrialización. Debería ser uno de esos consensos básicos que estén por encima de quien gobierna en cada momento. Pero no.

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