Opinión | Crónicas galantes

Dos gobiernos al precio de uno

El Gobierno votó contra el Gobierno hace algunos días, lo que tal vez parecería anormal si el Gobierno fuese normal. No es el caso. Se trata, en realidad, de un bigobierno de coalición en el que la primera parte contratante elige a sus ministros y la segunda parte, a los suyos.

Divididos en compartimentos perfectamente estancos, los dos ejecutivos que gobiernan España corresponden al del partido socialdemócrata bajo la presidencia de Pedro Sánchez y al de Unidas Podemos que comandaba Pablo Iglesias antes de su aventura madrileña. Ahora no está claro quién va a ser el jefe o más bien la jefa, pero aun sin piloto, esa parte de la nave sigue navegando a su aire.

Cada uno de los dos gestiona las competencias que acordaron en el reparto, sin necesidad —ni ganas— de dar cuenta al otro de lo que hace. Mal que bien, ese curioso método iba funcionando hasta que la llamada ley del sólo sí es sí causó efectos indeseados para la parte mayoritaria del Gobierno.

La sangría de expectativas en las encuestas forzó al Gobierno del PSOE a rectificar en el Congreso la propuesta del Gobierno de Podemos, que, lógicamente, votó en contra de sus socios. Para mayor agravio, la contrarreforma salió adelante gracias al apoyo del principal partido de la oposición conservadora.

Que la oposición apoye a la primera parte contratante del Gobierno, mientras la segunda parte contratante vota en contra, es galimatías propio de las películas de los Hermanos Marx; pero no deja de tener su lógica.

El presidente del Consejo de Ministros tiene entre sus competencias la de nombrar y separar del cargo a cualquier miembro de su gabinete, teoría que no se aplica a los gobiernos de dos en uno como el actual. Pedro Sánchez sabe que no puede —ni mucho menos, debe— destituir a un ministro o ministra del bando aliado, por grandes que sean sus meteduras de pata. Así que no le queda otra que tumbarle sus leyes.

Tampoco estuvo en su mano nombrar a los ministros del otro Gobierno, claro está. Se da por supuesto que a la vicepresidenta Yolanda Díaz y a las ministras Irene Montero y Ione Belarra las designó para sus cargos el anterior copresidente Pablo Iglesias, según el propio Iglesias hace notar a menudo.

Gobiernos a dos o más bandas los hay por toda Europa, naturalmente. La diferencia con el bigobierno de España reside en que los forman, por lo general, partidos que comparten ideas en lo básico y difieren en lo accesorio. Tal habría ocurrido, por ejemplo, con la alianza de democristianos y socialdemócratas que durante años gobernó sosegadamente Alemania bajo la presidencia de Angela Merkel.

La extraña votación que el otro día enfrentó al Gobierno A con el Gobierno B de España en el Congreso revela, por el contrario, que hay más diferencias de concepto entre el PSOE y su banda izquierda de las que pudiera haber entre socialdemócratas y conservadores. Cuando se trata de asuntos de verdadero fondo como la OTAN, la política económica o la guerra de Ucrania, el partido mayoritario del bigobierno está siempre más cerca de la oposición que de su propio socio cogobernante.

A nadie debiera sorprender, por tanto, que el Gobierno se oponga al Gobierno como ha sucedido estos días. Los votantes han conseguido dos por el precio de uno.

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