Opinión | Un minuto

Confesar caminando

Coincido en un almuerzo con 5 sacerdotes de edades maduras, desde uno de 92 años a otros de cincuentaytantos, visten de clériman, pero por el negro de su ropa y sobre todo por la tirilla blanca del alzacuello, se ve claramente que son curas de los que no ocultan su condición. En la conversación uno cuenta que viniendo el jueves hacia casa un viandante se le ha acercado y le ha preguntado si podía confesarle, y dicho y hecho, siguieron caminado —explica el confesor— tranquilamente por la acera, hasta que se terminó la confesión del penitente, con la penitencia puesta, una discreta absolución, y un ¡hasta la vista! Me reconforta oír tal testimonio pues compruebo que hay gente que quiere vivir cristianamente, y que en plena calle —¿por qué no?— uno puede confesarse. Pero lo que más me sorprende es que 4 de esos 5 curas han tenido semejantes ocurrencias en sus caminatas, uno incluso después de haber sido insultado —¡eh cuervo, largo de aquí!— para notar luego que uno de los chavales del grupo se le acercó corriendo para que le confesase. Tal como lo oí, lo cuento porque es animante y tiene mensaje para todos: para aquellos fieles a los que cuesta aparecer por una iglesia, y a los sacerdotes para que comprueben que son buscados.