Opinión

El hombre interconectado

Como es sabido, vivimos en la denominada “era de la información”, “era digital”, “era informática”, o “era del conocimiento”. Nombres que sirven para llamar la atención de un fenómeno que se inició con la desmaterialización de la información (dejó de suministrarse en soportes materiales) haciendo posible que fuese más rápida, por mor de la creación y el desarrollo de las tecnologías digitales que pasaron a ser también vehículos a través de los que se hacían perceptibles la información y la comunicación (TICs). El origen de esta nueva era se asocia, pues, con la revolución digital, a pesar de que tiene antecedentes en aparatos como el teléfono, la radio y la televisión.

Afirma Alejandra Espinosa que fue el sociólogo y economista español Manuel Castells Oliván el que acuñó el término “era de la información” en su trilogía homónima, publicada en la década de los 90. En ella Castells profundizó en la relación existente entre la evolución económica y las transformaciones políticas, sociales y culturales, para crear una teoría global de la información. Como era previsible, del hecho de que el tiempo actual se denomine la “era de la información” se deriva que el sujeto que la protagoniza sea calificado como el “hombre informado”. Y hasta tal punto es relevante en el mundo moderno “la información” que, por ejemplo, en nuestra Constitución se considera como derecho fundamental el derecho a “comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión”, existente o que se invente en el futuro.

Pero tal vez lo más determinante de la era actual es que los constantes avances de la tecnología han desembocado, entre otros, en tres grandes logros que son los que hacen posible el deslumbrante desarrollo de la era del conocimiento, en la cual el individuo tiene una posibilidad prácticamente ilimitada de ampliar sus saberes. Son los siguientes: un incesante aumento en la capacidad tecnológica mundial para almacenar información, un perfeccionamiento permanente de la intercambiabilidad de la información a través de las redes, y una mejora constante de la capacidad individual a para recibir información en los aparatos personales. Todo lo cual ha provocado un exceso de información en el individuo que, por lo general, no es capaz de procesar y comprender la información que le hace vivir en un entorno, como poco, agobiante.

Con todo, hay algunas cuestiones que me llaman la atención. Así, creo que más que del hombre informado como sujeto que vive en la era de la información, debería hablarse del hombre “interconectado”. Prefiero esta denominación, en lugar de la del hombre conectado, porque no estamos hablando de una figura, como la de Chris Dancy, un estadounidense de 45 años que se hace llamar el hombre más conectado del mundo, porque ha convertido la monitorización de su cuerpo y de su actividad diaria en una forma de vida: decenas de sistemas distintos registran prácticamente cada uno de sus movimientos durante todo el día el tiempo real. Utilizo el término “interconectado” porque estamos ante un sujeto que utiliza dispositivos o aparatos que están enlazados unos con otros de forma que entre ellos puedan fluir señales. Y lo antepongo al de “hombre informado” porque, si bien es cierto que casi todos usamos las nuevas tecnologías no todos llegamos a ser hombres informados.

Las cifras actuales confirman que más del 90% de los ciudadanos utilizamos el teléfono móvil para conectarnos a internet; que sobre un 78% aseguran que no podrían vivir sin internet; y que un 75% afirma que no podría vivir sin el teléfono móvil. A esto hay que añadir que el último informe elaborado por la compañía francesa Wiko, que ha encuestado a mil jóvenes españoles de entre 18 y 24 años, para saber el tiempo y uso que hacen los jóvenes de sus teléfonos móviles y que repercusión tienen éstos en sus vidas, revela que uno de cada tres jóvenes españoles pasa conectado a su teléfono móvil seis horas al día o más, y las mujeres una hora más de media que los hombres.

El citado informe analiza también qué hacen los jóvenes cuando están con sus dispositivos. Y revela que un 89,96 por ciento afirma que lo utiliza chatear por WhatsApp o entretenerse con algún juego. Un 85,24 por ciento reconoce que usa sus dispositivos móviles para revisar las redes sociales, y en tercer lugar los jóvenes encuestados lo utilizan para temas familiares.

Lo que antecede permite obtener varias conclusiones. Es la primera que si Quevedo escribió su soneto satírico sobre Góngora diciendo “érase un hombre a una nariz pegado…”, hoy se podría decir que “érase un hombre a un móvil pegado”. Y me atrevo a decir que es una conducta que va a más y yo me incluyo. No voy a decir que estemos ante una adicción severa y generalizada, pero estoy seguro de que hay bastantes adictos y a los demás no nos falta mucho para habituarnos a la conducta de ver con asiduidad el móvil para revisar los WhatsApp, los correos o cualquier otra información influirá sin duda la curiosidad, pero no tanto la emoción que nos mueve a buscar nuevos conocimientos, sino la curiosidad social de mantenernos “interconectados”.

En la mañana de hoy (jueves 13 de abril) mi amigo Paco Beltrán subió a su muro de Facebook un recuerdo de hace ocho años en el que Álvaro Garnero publicaba el 5 de abril de 2015 una foto, titulada “Cultura Virtual”, en la que un nutrido grupo de jóvenes sentados ante un cuadro de un Museo estaban ensimismados todos, repito todos, no mirando hacia el cuadro, sino cada uno a su propio teléfono móvil.

Hace un par de días tuve la curiosidad de ver el promedio de horas al día que dedicaba al uso de mi móvil. Los resultados no dejaron de sorprenderme: 4 horas y 25 minutos ese día. Durante ese tiempo consulté Facebook una hora y 35 minutos, el WhatsApp una hora y 14 minutos, Safari 43 minutos, y el correo electrónico 10 minutos. Estoy sorprendido.