Opinión | Crónicas galantes

Hay que prometer más

Allá por tiempos de la Restauración, un candidato en gira electoral prometió un puente a los vecinos de cierto pueblo en el que no había río. Cuando un lugareño le hizo notar esa enojosa circunstancia, el aspirante reaccionó con profesionalidad, elevando la apuesta: “¡Pues también os traeré un río!”

A tanto no llegan, por desgracia, los prometedores aspirantes a una alcaldía o a una presidencia de reino autónomo en las elecciones que están al caer como agua de mayo. A lo sumo, el Gobierno respalda a sus candidatos locales con leyes para contener el precio de los alquileres, con miles de futuras viviendas y con otros beneficios que siempre son de agradecer por la ciudadanía.

Poco que ver con la generosidad exhibida años atrás por José Luis R. Zapatero, que se desparramaba en pagas de 400 euros, cheques-bebé y aceras de estreno en pueblos y ciudades. Aquella dispendiosa actitud vació de fondos la caja del Estado, hasta que no le quedó otro remedio que bajar el sueldo a los funcionarios y congelarles su pensión a los viejecitos. Perdió las siguientes elecciones, claro está.

Quizá sea esa experiencia la que aconseje a Pedro Sánchez ser algo más comedido en las promesas y obsequios típicos de cualquier campaña.

También es verdad que la situación económica parece notablemente mejor que la de entonces y acaso permita usar las tijeras para cortar cintas inaugurales de obras, en lugar de emplearlas para recortar derechos laborales, prestaciones y otras cosas de comer con las que no se juega. El último Zapatero y el Rajoy que heredó sus cuentas tuvieron que hacerlo, con las desagradables consecuencias que eso comportó para ambos en las urnas.

Tal vez escarmentados por lo que sucedió entonces, los candidatos del próximo mayo y el propio Gobierno prometen menos de lo habitual en estas circunstancias. No deja de ser una lástima.

Además de su obvia función, las elecciones deberían servir para que los votantes se entretengan con las prédicas de buhoneros resueltos a venderles mágicos crecepelos, ungüentos milagrosos, felicidad, ternura, pan, amor y fantasía. Todo a cambio de una simple papeleta, aunque a veces acabe en papeleta mojada.

Eso lo entendió mejor que nadie Manuel João Vieira, varias veces candidato —sin éxito— a la presidencia de la República de Portugal. El aspirante Vieira incluía en su programa el regalo de un Ferrari a cada portugués y un bailarín cubano a cada portuguesa. A eso agregó, en posteriores convocatorias, la promesa de abolir los impuestos y suprimir las señales de tráfico, que tanto estorban a la vista y tan onerosamente gravan el presupuesto de la nación.

Mucho más sobrios que el deslumbrante Vieira, los candidatos a las inminentes municipales y regionales, que son legión, se limitan a proponer parques, jardines, subsidios y otras vulgaridades. Lo de siempre, en fin.

Tampoco se trata de que prometan puentes donde no hay ríos, pero al menos debieran echarle algo más de imaginación a la campaña. O adoptar, ya puestos, el lema con el que el candidato Vieira se sinceraba ante sus electores: “No me preguntéis lo que puedo hacer por vosotros; preguntadme lo que vosotros podéis hacer por mí”. Lo raro es que no ganase.

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