Opinión | Solo será un minuto

Los retos del naufragio

No viajamos en un Titanic a la espera de un gran hundimiento final porque la vida, si dura lo suficiente sin un corte abrupto, se compone de pequeños naufragios de los que salimos a flote como podemos y con distintos niveles de energía superviviente. Se acumulan puertos donde reparar fuerzas y hacer balance de daños, y en muchas ocasiones los abandonamos sin haber arreglado del todo los desperfectos. Mal hecho: nos pasará factura tarde o temprano no corregir esa fractura. Las prisas son malas consejeras cuando se trata de aliviar penas, limitar dolores, cicatrizar heridas. Un barco con grietas en su casco no tiene nada que hacer cuando llegue la siguiente tormenta, y si de algo sirven las malas experiencias es para tomarnos muy en serio todas las señales con aspecto de indicios para que no nos pille desprevenidos, aceptando, claro, que no se puede estar en estado de alerta todo el tiempo y los desatinos del destino están mejor entrenados que tú para correr más y soltar zarpazos cuando tengas las defensas bajadas.

Pero...

Sabiendo que el campo está lleno de minas y que a la vuelta de las esquinas pueden esperarte espinas al acecho, conviene disfrutar a fondo de aquello que da cierto sentido a la vida, y que, mira tú por dónde, nunca están en el espacio virtual ni en las redes asociales ni en la compra compulsiva de cacharrería u objetos perdidos en el olvido feroz. Descarto sugerir posibles encantamientos que ayuden a que la memoria se alimente de recuerdos que ayuden a mantener a raya cascotes de los fracasos inapelables o las fisuras de decepciones que minan la mirada, el entendimiento, la conexión con seres y estares que valen la pena. Hay formas y formas de naufragar y lo primero es elegir bien el bote salvavidas. Suerte.

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