Opinión

María Carreiro e Cándido López | Profesores e investigadores de la Escuela de Arquitectura de la UDC

La desafección en la universidad, ¿una inercia reversible?

La RAE define desafección como una condición en la que no se siente estima por algo o en la que se muestra desvío o indiferencia hacia ello. Los datos del último CIS de 2022 reflejan que más del 70% de los españoles desconfían de los políticos, el Congreso y el Gobierno. Lejos de sorprendernos, asumimos la cifra con normalidad, incluso hasta la justificamos. Se podría argüir que en comunidades más reducidas, como la universitaria, la indiferencia en asuntos que le competen es menor. Examinémoslo a través de tres hechos recientes acaecidos en nuestra institución, la Universidade da Coruña (UDC).

Hecho primero: la publicación de un autoinforme para la renovación de la acreditación de un título. Referido al período objeto de evaluación 2015-2022, fue elaborado en febrero de 2023 por la correspondiente comisión docente de un centro académico de la UDC, y aprobado por su comisión de calidad. En él, se incluye la encuesta Avaliemos, cuyo objetivo es conocer las necesidades de los miembros del centro para detectar las posibles alternativas de organización docente. Las cifras reflejan que la participación del alumnado, un 48,89% en el curso académico 2015/16, ha pasado a un 24,11% en el 2021/22, inferior a la media de la UDC (30,05%). Se observa una tendencia similar en la respuesta del profesorado. Esta experimentó una notable reducción, del 43,27% en el curso 2020/21 al 24,75% del 2021/22.

Hecho segundo: la votación del informe anual del rector el 5 de mayo del presente año. Conforme al reglamento de régimen interno del claustro, sus 303 componentes tienen el derecho y deber de asistir a las sesiones, ejerciendo su derecho al voto, a la par que pueden manifestar el sentido de este y los motivos que lo justifican. Dicho viernes, se aprobó la octava memoria de gestión presentada por el actual rector con 68 votos a favor, 12 abstenciones y 2 votos en contra. En resumen, una presencia de 82 claustrales. El rector aprovechó para agradecer a los presentes “a complicidade nestes oito anos en que sempre houbo colaboración e traballo conxunto para mellorar a Universidade da Coruña”. Entre las labores desarrolladas, destacó la elaboración de un Plan Estratégico 2022-2026.

Hecho tercero: las elecciones de representantes sindicales en la UDC en mayo de 2023. Los datos por sectores reflejan la participación. En el sector del Personal de Administración y Servicios —PAS— funcionario fue de un 74,16%. Aun cuando la participación es alta, se constata una caída continuada si se compara con las elecciones de 2019 y 2015 en las que se alcanzaron el 77,04% y el 85,69% respectivamente. La tendencia a la baja se confirma cuando se examinan los datos referidos al Personal Docente e Investigador (PDI) funcionario. Si en las actuales elecciones participó el 43,58%, en 2019 fue del 53,90%, y en 2015 del 53,17%. Una inclinación a desentenderse que el sector del Personal Docente e Investigador (PDI) laboral acaba por corroborar, con una participación del 30,81%, cuando en 2019 había sido del 38,91% o en 2015 del 33,11%.

Las situaciones descritas evidencian una exigua participación de las personas. Mayoritariamente, dos de cada tres se inhiben en los procesos de consulta y/o votaciones. La desafección es un sentimiento de distancia y desconfianza, al margen del interés por lo que acontece, ¿es posible relacionar las causas que la provocan? Apuntaremos algunas de ellas.

En primer lugar, la falta de debates en los órganos representativos correspondientes es una realidad habitual porque los asuntos vienen decididos, “precocinados o ya cocinados”. Consecuentemente, los miembros del claustro y de las juntas de centro se limitan a ser meros espectadores, asintiendo a lo expuesto en la mayoría de los temas. Además, la diferencia de opinión, la discrepancia está mal vista. Cuando uno se posiciona, surgen las complicaciones de todo tipo. Y entonces se afirma desde el statu quo que la persona en cuestión se encuentra resentida, o que lo que pretende es una anomalía legal. Quien disiente se transforma en un enemigo, o alguien a quien se ha de desprestigiar.

En segundo, el postergar a las personas con la disculpa de la aplicación de normas creadas por la propia institución, en principio para atajar las malas praxis, pero que acaban resultando injustas y hasta absurdas. Permiten, eso sí, inhibirse de adoptar un criterio específico ante un caso dado, al “encontrarse atados de pies y manos” para actuar. La reglamentación se basa en la desconfianza hacia las personas: se sancionan reglamentos que las tratan como infractoras, sin atajar los abusos puntuales, sin penalizar a quienes incumplen. También es cierto que se tolera el engaño como uno de los componentes de la inmunodeficiencia social que padecemos como colectivo, jugando la posverdad un rol relevante. Se incrementan así las desigualdades e inequidades. Las personas no importan. Importa que se conserve la jerarquía establecida y que el debate no prospere. No ha lugar porque todo está bien.

En tercero, somos cautivos de nuestros temores ocultos. Se favorece el intercambio de favores e incluso la ausencia de autoridad. Quizás no nos hemos ganado lo que tenemos y disfrutamos, y/o todavía no se han superado los cuarenta años de dictadura, a pesar de haber transcurrido otro tanto tiempo de vida democrática.

Y en cuarto lugar, una gobernanza académica limitada. Muchas de las decisiones que afectan a la vida académica se toman fuera del marco de la institución, fabricadas en otros lugares. Entonces, ¿para qué votamos y elegimos a personas cuyas capacidades de acción están fundamentalmente acotadas por poderes que se escapan a sus normativas y decisiones? Las soluciones provisionales y cortoplacistas sustituyen a las estrategias para lograr objetivos que atiendan a un mayor alcance. Limitándose a gestionar el presente, los mismos problemas reaparecen una y otra vez en la agenda universitaria.

Estas razones evidencian la incapacidad, o quizás el interés, para detener el desapego. Los prolongados silencios de la comunidad universitaria en los últimos ocho años semejan un síntoma preocupante. La personalización tiene mucho que ver con un contexto humano amorfo y desideologizado.

Pero no nos lamentemos. Conviene mirar al futuro. La adopción de medidas de carácter estratégico, que prescindan de la grandilocuencia, se presenta coma una opción ineludible en nuestra institución académica. La elección del rector en la UDC, en escasos cinco meses, es sin duda una excelente oportunidad. La reciente aprobación de la nueva Ley del Sistema Universitario (LOSU), con numerosos cambios, entre ellos el de la duración y el número de mandatos de los cargos unipersonales, propone un nuevo campo de juego. ¿Aprovecharemos este momento? o ¿continuaremos reduciendo nuestra universidad al mínimo común denominador, conduciéndola por las sendas de pensamientos débiles, de ideologías tranquilizadoras o de filosofías del statu quo? Veremos.

Nota de los autores: curioso fenómeno el de la sincronía (véase al psiquiatra suizo Carl Gustav Yung). Resulta sorprendente, y grato, coincidir con las preocupaciones expresadas en artículos publicados en otros medios, tanto por la profesora de la Universidad de Valencia, Adela Cortina, como por el profesor de la UDC, Javier Cudeiro.