La comedia viene de serie
Acabo de ver White House Plumbers (Los fontaneros de la Casa Blanca), la serie de HBO que describe en clave cómica el asalto chapucero al edificio Watergate, sede del Comité Nacional del Partido Demócrata, con la idea de robar documentos y de colocar micrófonos en beneficio de la campaña de reelección presidencial de Richard Nixon. Todos sabemos cómo acabó esa historia tan extraña, pero esta vez, en lugar de enseñarnos las investigaciones de Woodward y Bernstein, los periodistas que destaparon todo el asunto, la acción se focaliza en los dos personajes que maquinaron el espionaje, dos exmiembros de la CIA y del FBI que son unos clowns siniestros, uno de ellos (G. Gordon Liddy) obsesionado por los símbolos y las canciones nazis y otro (E. Howard Hunt) que tiene conexiones con la mafia
cubana, un grupo de anticastristas furibundos con el coeficiente intelectual
de una ameba. La serie es una especie de Rufufú a la americana, con situaciones rocambolescas que derivan en un final dramático, para los fontaneros,
y humillante para todos los que los contrataron, incluido Nixon, por supuesto.
Las fotos de las cajas y cajas de documentos que Donald Trump tenía guardados en Mar-a-Lago me han hecho pensar en ello. Sobre todo porque esta ocultación se asemeja mucho, en las formas, a la chapucera operación de hace cincuenta años. Puedo llegar a entender que alguien, después de ocupar un cargo de tanta trascendencia como la presidencia estadounidense, tenga la tentación de esconder, robar o hacer desaparecer secretos que pueden ponerlo en entredicho. No sé. Un papel, una grabación, una foto. Pero es que el volumen de material (y, al parecer, su importancia estratégica y política) que Trump robó de la Casa Blanca es ingente, desmedido. Alguien le ayudó con las cajas, más de uno. A cargarlas en un avión y a depositarlas en el cuarto de baño o en el pequeño escenario de la horripilante sala de baile estilo ancien régime de la residencia. Él tuvo que dar las órdenes (“los secretos nucleares, cerca de la taza del inodoro”) y más de un inepto curioso, pariente lejano de los plumbers, seguro que tuvo la tentación de abrir una para comprobar cómo se tenía que atacar a Irán. En una película de Woody Allen, Alan Alda dice que “comedia es igual a tragedia más tiempo”. Aquí, en este guirigay de papeles esparcidos por toda la mansión (también en la habitación donde duerme Trump: qué angustia, dormir entre tantos ácaros informados), la comedia ya viene de serie.
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