Parece una tontería

Hola, qué buscas

Juan Tallón

En el momento que se perdió contacto con el submarino Titan, todos seguramente estábamos ocupados buscando ya algo. Pequeño, grande, importante, secundario, evidente, velado. Es la esencia de cada día: despiertas y comienza la primera persecución. En mi casa se había decretado, hacía día y medio, la búsqueda de unas tijeras. Nadie las había tocado, como siempre en estas circunstancias, pero no estaban en su sitio, y las necesitaba para recortar una foto. Ser culpable, después en todo, es algo feísimo.

Desaparecieron, pues, sin que las tocásemos. Las perseguimos por todas partes. Cuando los rincones plausibles se agotaron, continuamos por los absurdos: la nevera, los maceteros, el cubo de la basura, las maletas. Las cosas perdidas se encuentran o en su sitio natural o donde es imposible que aparezcan. Por fin las vimos metidas en una libreta, pero eso no fue la culminación de nada —el placer es efímero—, sino el pasadizo a otra indagación. Siempre es así, pues la jornada se descompone en un número indescifrable de búsquedas, que se resisten temporalmente antes de expulsarte a una nueva.

Entretanto, el rastreo del Titan continuaba. No lo buscábamos nosotros, pero como si lo hiciésemos. Las búsquedas también se imponen. Nos las vemos con un asunto profundamente humano imposible de soslayar. Con la mala suerte de que en este caso había una cuenta atrás, y las vidas de un puñado de millonarios en juego. Pero entonces, sin solución de continuidad, no encontré las gafas de sol estilo aviador. Pasó, sin embargo, algo notable, que ocurre en muchísimas búsquedas: que encontré otra cosa que había dejado de buscar hacía demasiado tiempo: una libretita con apuntes para cuentos futuros.

Sin dejar pistas

Me pasó algo parecido, pero mejor, hace años, cuando descubrí que Los detectives salvajes no estaban en su lugar. En 2014 se esfumó sin dejar pistas. Llevaba conmigo desde 1998. Acusé de robarlo a varias personas, lo di por perdido para siempre, aunque me negué a comprar otro, porque ya no sería la primera edición de Anagrama. Por otra parte, me apetecía más que nunca volver a sus páginas. El recuerdo se había llenado de equívocos. Ni siquiera sabía precisar si al final de su búsqueda Ulises Lima y Arturo Belano encontraban a Cesárea Tinajero.

Pasaron los meses, y encima de los meses, los años. Un día visité a mi ahijada en Vigo. Su madre me invitó a ver las obras que había hecho en casa. Cuando entramos en el salón, los ojos se me fueron a los libros. Enseguida distinguí Los detectives salvajes. No me resistí a tomar la novela y abrirla. Cuando la abrí, descubrí mi nombre escrito con mi propia letra.

Con la libreta de los cuentos futuros pasó lo que nunca quieres: que al leerlos te parecen una porquería. Hay cosas que nunca se pierden lo bastante bien. Da igual lo que hagas, es imposible su desaparición total. Y de ahí concluyes que la vida va siempre de buscar y encontrar. Algunos días también va de no buscar y encontrar igual.

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