La espiral de la libreta

Pensamientos circulares en la noche insomne

Olga Merino

Olga Merino

Creo que la vez que pasé más calor en mi vida fue en Lahore, al noreste de Pakistán. Nada más salir del avión, mientras descendía la escalerilla, creí que iba a quedarme frita ahí mismo, incapaz de aguantar aquella chicharrera, un sofoco que parecía arrancar del asfalto tiras de celofán ardiente. No sé bien cómo logré aclimatarme, y por eso me infundo ánimos en la noche tórrida, quieta como un cuenco de aceite, pensando en el calor paquistaní. No corre una brizna de aire. Cojo otra vez el libro de la mesita y leo un cuento espléndido pero que da calor: Larga espera al sol, del gallego Carlos Casares.

El otro día venía en los papeles un reportaje sobre el insomnio crónico, que padecen al menos cuatro millones de personas. La Sociedad Española de Neurología estima, además, que el 48% de la población adulta no goza de un sueño de calidad; es decir, tienen dificultades para quedarse dormidos o bien para mantenerse en los brazos de Morfeo. Lo mío va a rachas, pero los crónicos, pobres, se desesperan. Vueltas y más vueltas sobre la parrilla del colchón. Una excursión a la nevera. Un pis. Ponen la tele, bajita. Un lexatin. La pamema de la valeriana. Algunos hacen gimnasia. Muchos leen. Si me reengancho con la lectura, voy aviada. Acuérdate de Pakistán, me digo.

Contemplar las musarañas

El resplandor de las farolas se cuela tenue en el dormitorio, como una gasa anaranjada. Miro el techo. En la penumbra ambarina se entrevé una lagartija que desafía la gravedad bocabajo, gracias a sus dedos globosos, provistos de filamentos adherentes. Es difícil distinguir la naturaleza en la ciudad. Me fijo bien. No se trata de una lagartija, sino de una salamanquesa, también conocida como dragón de la pared, uno de los habitantes silenciosos de las noches de verano. Se habrá colado por el balcón. O por el patio. Lo más grande del caso es que ha perdido el rabo, alguien se lo ha amputado. ¿Tendrá sed? ¿Pueden vivir sin cola estos bichos?

Enciendo el ordenador a la busca de respuestas. De pretender dormir, ahora sí estoy lista. Resulta que la salamanquesa (tarentola mauritanica) se desprende de la cola como mecanismo de autodefensa. No sé por qué, pienso en Pedro Sánchez, en Feijóo. Si lo molestan, si se siente en peligro, el dragón o gecko mueve frenéticamente la cola para evitar que el ataque se dirija a la cabeza o el tronco. Llegado el caso, se deshará del apéndice, en un comportamiento conocido como autotomía caudal.

Pienso también en Putin. Después de cortada, la cola sigue meneándose para distraer al depredador mientras el reptil emprende la huida. Perder para ganar, no es mala estrategia. La cola tarda en regenerarse unos 60 días. En el fondo, la vida se resume en eso, pérdidas y esperas.

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