Parece una tontería

Páginas al azar

Juan Tallón

Juan Tallón

Durante años, en una época en que acudía a trabajar a la biblioteca pública casi a diario, me sentaba siempre en el mismo sitio, entre dos estanterías de la sección de biografías. No tenía nada de particular, salvo que a menudo enfrente de mí se ponía un señor extrañísimo, muy intrigante, que llegaba a la misma hora cada mañana, atravesaba la sala de lectura y extraía de una estantería el primer volumen de La riqueza de las naciones, de Adam Smith, se sentaba, y durante 10 minutos leía el libro por una página abierta al azar. Después lo cerraba, lo abandonaba sobre la mesa, y se iba hasta el día siguiente.

Me acostumbré rápido a pensar que aquel era mi rincón favorito. Todos vamos buscando, casi sin querer, manías que nos otorguen un pequeño control, más bien ficticio, sobre los días. Desde mi silla, sin levantar el culo, quiero decir, estiraba el brazo y tenía al alcance 10 o 15 libros, correspondientes a biografiados que empezaban por la letra P. Me aficioné a coger Josep Pla, de Arcadi Espada, cuando necesitaba dejar de escribir y distraerme durante unos minutos. Siempre hay que perder el tiempo para obtener cierto fruto del trabajo. Para centrarte debes distraerte, en definitiva. El libro estaba publicado en Ediciones Omega, en una colección que dirigía Nuria Amat, en la que autores contemporáneos elegían a un escritor clásico y ofrecían una síntesis de su vida y su obra con un estilo creativo y personal.

Cada día leía una o dos paginitas, y lo volvía a dejar en su sitio, sin despeinarme, perfectamente sentado. Encontraba aquella costumbre medio secreta y divertida. A su manera, mi pauta no era menos extraña que la del usuario que regresaba día tras día a la misma hora para leer a Adam Smith, y que me llevaba a preguntarme por qué narices Adam Smith, por qué La riqueza de las naciones, por qué siempre 10 minutos y no más, por qué páginas elegidas al azar. Cuando alguna frase del libro me llamaba mucho la atención, como hago siempre, lo pasaba a una libretita.

Estos días, buscando algo que me sonaba que había escrito Fleur Jaeggy, y que no encontré, recalé en las anotaciones del libro de Arcadi Espada. La más interesante era la que decía: “La vida del padre de Pla discurrió entre las dos frases comunes que, con un intervalo de veinte años, le oyera pronunciar su hijo: ‘En este país está todo por hacer’. Y luego: ‘En este país no hay nada que hacer”. Eran dos ideas enunciadas muy atrás en el tiempo, pero que, leídas esta semana, y quizás cualquier semana, se ponían derechas, como cuando echas agua en una planta flácida y resucita. Los Pla, a lo que se ve, tenían ambos una capacidad muy singular para diagnosticar lo que le pasaba al país, sin importar la época, advirtiendo que muchas cosas iban mal y que, sin embargo, funcionaban, es decir, funcionaban sin ningún resultado, quizá porque sus ciudadanos, como decía el hijo, solo “empiezan a volverse sensatos cuando lo tienen todo perdido”.

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