Arder

Xoel Ben Ramos

Xoel Ben Ramos

Llegan los calores, con ellos vacaciones y los inabarcables braseros forestales. Este año empezaron por Canadá y les tocó a los neoyorquinos enfundarse como en pandemia la mascarilla. Algunos se quejaban, los más miraban al cielo esperando que la corriente arrastrase la humareda hacia la otra ribera del Hudson. Luego han continuado los fuegos por Grecia y la Italia sureña. Las imágenes eran las cotidianas. No por habituales restaban drama y pinchaban la conciencia. Pero sí, las mismísimas: nubes negras, aviones contraincendios, coches calcinados, casas descompuestas, bosques vacíos...

Con todo, la pasión incandescente prospera más allá del Mediterráneo. En oriente, los talibanes y su ardor religioso nos revelan guitarras en llamas. Una foto que sorprende y a un tiempo resulta tristemente familiar. La idea —de la mano del diligente Ministerio de Promoción de la Virtud y Represión del vicio afgano— es quemar teclados, altavoces y otros instrumentos musicales para evitar la corrupción moral de los jóvenes. Admirable esa pira a base de guitarras españolas y subwoofers; familiar porque también aquí se quemó —no guitarras, claro— pero sí libros, con el mismo ánimo educativo y persiguiendo la buena moral. Miles de ejemplares ardían en agosto del 36 en las plazas de Vigo, Mallorca o Sevilla y el afán se mantuvo una larga temporada. Un pasado —ni tan lejano— que insisten en recuperar los talibanes.

El asunto del arder no se detiene ahí. Desde principios de año, en Suecia y Dinamarca, diversos grupos están llamando la atención de los países islámicos con la quema de ejemplares del Corán. Como si los incendios forestales y las “fallas” talibanes fuesen fuegos menores. Al parecer la manera de insultar a los musulmanes es haciendo cenizas su libro sagrado. Esto parece de patio de colegio, sin embargo no lo es, porque poco ha tardado la OCI (una especie de Liga que engloba la mayoría de países musulmanes) en poner el grito en el cielo, pedir contundencia contra la provocación incendiaria y afear el estilo laxo de los nórdicos porque priman la libertad de expresión frente al vandalismo ateo. Así que la ONU también ha entrado al trapo dejando claro que quemar símbolos religiosos, libros inclusive, va en contra del derecho internacional. Nada comenta de las guitarras, no vaya a ser. El problema es que también Suecia podría decir lo mismo de los talibanes, que menuda afrenta a ABBA —verdadera religión para los nórdicos— por achicharrar instrumentos musicales o hasta el premier vigués podría objetar en contra de las llamas que devoran el trepanador órgano Hammond de Bailaré sobre tu tumba por semejantes motivos. La moraleja de esta completa locura es peor de lo que imaginamos: Occidente está que arde y oriente...

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