El Correo americano

Las carcajadas de Ron DeSantis

Xabier Fole

Xabier Fole

Se sabe que Ron DeSantis no goza de muchas habilidades sociales. No paran de publicarse vídeos en los que el candidato republicano aparece riéndose como un maníaco; sus carcajadas recuerdan a Skeletor, el villano de los dibujos de He-Man. Es un problema de incontinencia. DeSantis empieza a reírse moderadamente, de un modo convencional, con una expresión amable y poco agresiva, en ocasiones irónica, pero luego abre mucho la boca y cierra los ojos, ya completamente desatado, desternillándose en una total e incómoda soledad. A veces DeSantis se da cuenta de que se ha pasado un poco (sus asesores ya le han advertido sobre el problema de la carcajada maníaca) y, de repente, se pone serio, incluso triste, abandonando el lugar con prisa y con una cierta vergüenza.

A DeSantis, básicamente, no se le da muy bien la charla sobre cuestiones banales (small talk), esas típicas observaciones que uno hace sobre el clima, la familia o la vida en general cuando se encuentra con la gente en la calle o en un ascensor. Cuando los votantes se le acercan entusiasmados para conversar con él, DeSantis los despacha con respuestas lacónicas; en New Hampshire, por ejemplo, le preguntó a un hombre cómo se llamaba y cuando éste le dijo “Tim”, el candidato dijo “OK” y pasó a otra cosa, probablemente en busca de otro hombre (de otro nombre), como si hubiera obtenido la única información valiosa que necesitaba de su biografía. En otra ocasión, mientras hacía campaña en Iowa, DeSantis se acercó a un niño para preguntarle qué estaba comiendo. Tras descubrir que se trataba de un helado (un polo), el candidato le recordó al chaval la enorme cantidad de azúcar que estaba consumiendo y se fue de allí de una manera precipitada, como asustado. En la cena del Partido Republicano, que tuvo lugar en ese mismo estado, se ve a DeSantis dando nerviosamente tragos a una cerveza y preguntando por la hora, asegurando que él, en ese momento, ya debería estar durmiendo.

Estos son tan solo unos pocos ejemplos de los muchos que se pueden encontrar, sin contar otras anécdotas protagonizadas junto a su mujer o sus enfrentamientos con la prensa. Se supone que los políticos se gastan un dineral en campaña para darse a conocer a los electores y perderse entre las multitudes: quieren caer bien. Uno podía pensar entonces que DeSantis no está haciendo muy bien su trabajo. Pero el Washington Post demuestra en un reportaje que es precisamente eso, su incapacidad para quedar bien en los acontecimientos sociales, lo que hace que muchos empaticen con él.

La gente entiende lo difícil que resulta parecer una persona genial a todas horas, ofreciendo la respuesta perfecta para cada pregunta, siempre cool, mostrándose cordial con mayores y menores. Lo pesados que tienen que ser todos esos actos de campaña. Se identifican con ese comportamiento porque piensan que de ese modo actuarían ellos en esas circunstancias. Incluso quienes no soportan su ideología dicen apreciarlo más después de observar el sufrimiento que padece el hombre mientras saluda a unos desconocidos en un restaurante. Y como ahora los representados buscan en los representantes una versión más o menos exacta de sí mismos, puede que DeSantis se convierta así, gracias a sus carcajadas, en un referente de las personas corrientes. Esto sigue siendo populismo, claro, pero un populismo sin encanto. Un populismo socially awkward. Si los asesores de DeSantis se toman en serio la información del Post, puede que animen al candidato a seguir provocando esas escenas tan tiernas. Y habrá carcajadas para rato.

Suscríbete para seguir leyendo