La pelota no se mancha

Riazor florece en un fútbol marchito

Deportivo

Deportivo / Casteleiro/Roller Agencia

Carlos Miranda

Carlos Miranda

Que el deportivismo y el ritual de ser del Deportivo es contracultural hace tiempo que se tiene asumido en A Coruña. Desde hace unos pocos años también en parte de España que ve como poco a poco se va marchitando su fútbol. Estadios a medio llenar, liga sin músculo para competir con casi nadie, bares sin el balompié de fondo, polarización en torno a Real Madrid o Barcelona... Es un cambio generacional y una degradación imparable cual goteo. A Coruña escapa a todo eso, y no precisamente por el rendimiento deportivo de su equipo. Cuanto más abajo, más fuerza. Es incontenible. Asistir a un duelo en Riazor es cada día más majestuoso, es una fuerza volcánica que ruge por debajo a la espera de irrumpir de nuevo en el fútbol profesional. No porque lo necesite, sino porque lo merece, porque no es menos que nadie. Quizás haya sido una forma de blindarse o un mecanismo de defensa ante la desgracia que le rodea, pero cada cita en el templo del deportivismo es un ritual en sí mismo, de amor al escudo más allá de lo que ocurra en el césped. Identitario. No hace falta que el equipo empuje o lleve hacia adelante a la afición del Dépor, porque el club son ellos. Es una fidelidad de otras latitudes: Sudamérica, Alemania, Inglaterra... Son 25.000, serán más. Es A Coruña y el Dépor.

Y no es solo la cantidad o la fuerza, es quién. Es probable que el club bata este año su récord de socios, pocas veces tuvo tantas altas. Aficionados cualquiera que un día se acercaron por Riazor y recibieron entonces el flechazo y ahora ya no hay mucho remedio. Muchos son jóvenes. Son esos pobres niños que ven los triunfos y los títulos en Youtube y que han tenido que tragar lo indecible. Fuenlabrada, Albacete, Castellón, cada partido fuera de casa... No les ha importado. Una fidelidad que ha cristalizado como el titanio, mientras gritan que ellos no se van a bajar del barco. En un fútbol el que toda esa gente empieza a mirar a la Kings League o a nuevos formatos, en A Coruña lo que deslumbra es Riazor y eso que el Dépor está en Primera RFEF. Relato, experiencia en directo, identidad... La fórmula es tan sencilla y tan complicada a la vez.

Toda esa generosidad debe ser cuidada y correspondida con ambición, con el objetivo ineludible de que lo que pasa en la grada y lo que ocurre en el campo estén cada día más cerca. Que el deportivismo responda, a pesar de todo, no significa que valga todo para él. Esta enésima muestra de fidelidad hace que el ascenso directo sea innegociable, que la apuesta deportiva deba producirse sin fisuras. Es cierto que el club y Abanca no están escatimando, precisamente, con los fichajes. El Dépor ha ido con holgura a un mercado preocupantemente inflacionista. Invertir y afinar. La plantilla parece tener un punto de robustez del que carecía la pasada temporada, aunque están por venir pruebas de estrés de mucha mayor enjundia. La primera, en unos días en Lugo. Defiende alto, defiende fuerte y con galones. Las miradas se centran unos metros más adelante. Desde esa primera vuelta estratosférica de Juergen Elitim hace dos temporadas le ha costado encontrar a un futbolista de transición con la pelota que le haga jugar por dentro. Rubén Díez, Isi Gómez y, sobre todo, Mario Soriano lograron hacerlo de manera intermitente en los últimos tiempos. Ese déficit sigue sin subsanarse. Es cierto que este Dépor, a pesar de la falta de gol del pasado sábado, desprende una sensación de poderío al acercarse al área y al golpear que se acrecentará cuando esté Pablo Valcarce a pleno rendimiento. Pero necesitará, por momentos, masticar más el juego y buscar otras vías frente a equipos que abusen del repliegue, que serán la mayoría, como demostró el Rayo Majadahonda. Lucas Pérez es más un segundo punta que un creador de juego por más que mezcle a la perfección con Yeremay. Queda por ver si Pablo Muñoz o cualquier otra incorporación es diferencial en ese sentido.

Ambición, titubeo, cantera

La ambición tampoco se puede confundir con el titubeo. Decepciona empezar la liga con un empate ante el Rayo Majadahonda, más por el rango del equipo en la categoría que por la pérdida de puntos. A un proyecto no lo define un partido, más si es el primero y con la catarata de aproximaciones y hasta de ocasiones que tuvo el equipo. Le faltó finura, jugadores en algún puesto en concreto, y todo ese esbozo que mostró el Dépor en su estreno en Riazor puede servir más de indicativo de lo que necesita en el mercado o de lo que debe trabajar que de fuente de temor.

El duelo valió también para que Yeremay encandilase a la grada, para que David Mella regresase con ese aire fresco que siempre trae consigo y para que Martín Ochoa se estrenase, por fin, en Riazor después de meses rondando esa cumbre. Es la avanzadilla de la cantera, aunque al grancanario hay que sacarlo ya de esa cuota de meritorios por su rendimiento y porque hace tiempo que no tiene ficha del filial. El Dépor ha cuidado al extremo la entrada en el mercado sub 23 para no frenar a su cantera. La llegada de Pablo Muñoz pone a prueba si esa política supuestamente entregada admitía matices. El tiempo dirá si su nivel o perfil justificaban su fichaje o el club ya tenía en otros futbolistas de la casa de la misma edad o parecida lo que buscó fuera.

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