Crónicas galantes

‘Fachapobres’

Ánxel Vence

Ánxel Vence

El concepto de fachapobre es el último hallazgo lingüístico con el que los hinchas de la política han ampliado su repertorio de insultos. Se trata de un neologismo no convalidado aún por la Academia que alude a la supuesta imposibilidad de ser pobre y de derechas a la vez, como si el conservadurismo fuese cosa exclusiva de los ricos.

La palabra es nueva, pero no la idea que ya en su momento expresó Santiago Carrillo —líder eurocomunista— al afirmar que no hay nada más tonto que un obrero de derechas. Nadie está libre de tener un día tonto, naturalmente.

Parecía decir el histórico dirigente del PCE que solo los partidos reputados de izquierda representan cabalmente los intereses de los trabajadores. Cuando un asalariado o autónomo de bajos ingresos vota a una lista conservadora ha de ser, por fuerza, un necio en grado de tonto de capirote.

La aritmética electoral no apoya esta teoría del fachapobre. Baste observar las amplias mayorías absolutas obtenidas por José María Aznar en el año 2000 y por Mariano Rajoy a finales de 2011. Si el primero obtuvo 10.321.000 votos, Rajoy mejoró la marca al acercarse a los once millones.

Las cuentas no salen, salvo que en una y otra ocasión votase mucho tonto.

Dado que el número de trabajadores por cuenta ajena o propia excede notablemente al de empresarios, terratenientes y gentes adineradas en general, fácil es concluir que muchos españoles de bajos ingresos eligieron entonces la papeleta de la derecha. Parece lógico. Si solo los ricos votasen conservador, está claro que la izquierda gobernaría siempre por mera razón numérica.

No se trata tan solo de España. En Estados Unidos, imperio al mando, parece haber mucho fachapobre que vota a candidatos tan difíciles de votar como Donald Trump o George Bush Jr., por citar tan solo dos ejemplos recientes. También en la Francia revolucionaria se ha visto cómo barrios enteros de la izquierda se pasaban sin prisa ni pausa a la extrema derecha de Jean Marie Le Pen y su hija Marine.

De la Revolución Francesa procede precisamente el concepto bipolar de izquierda y derecha, que acaso haya perdido gran parte de su sentido original. A diferencia de esa época ya algo remota, el ciudadano actual es más bien un cliente que acude al supermercado de las elecciones en busca del producto que más se adapte a sus necesidades en el momento concreto de la votación.

Trabajadores habrá que voten por veces a la derecha; del mismo modo que existen empresarios y hasta aristócratas terratenientes capaces de hacer campaña por la izquierda, incluyendo a la más extremosa. Y, sobre todo, hay una mayoría que vota a una u otra opción según sean las circunstancias, con un sentido práctico que está muy alejado de la tontuna.

De ahí que haya algo de reaccionario en el uso del término fachapobre que insulta sin necesidad a los económicamente débiles. Tan absurdo es reprochar a los líderes de izquierda sus chalés y su patrimonio como denigrar a quienes andan cortos de dinero por preferir —en ocasiones— a la derecha.

Tonto es, en realidad, el que dice tonterías, según la definición un tanto simple pero eficaz que hizo el personaje de Forrest Gump en la película de ese título. Puede que el tal Gump fuese un fachapobre, eso sí.

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