360 grados

Pobres armenios

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

Desde que leí, hace ya muchos años, al escritor armenio-estadounidense William Saroyan y escuché al cantautor franco-armenio Charles Aznavour, siempre sentí simpatía por ese pequeño del Cáucaso situado entre Asia y Europa.

Un país de accidentada historia: baste recordar la deportación forzosa entre 1915 y 1923 por el Gobierno de los Jóvenes Turcos del pueblo armenio en un claro intento de acabar con su vieja cultura y que está en el origen de una vasta diáspora.

Ahora, Armenia ha vuelto desgraciadamente a ser noticia estos días por el brutal ataque llevado a cabo por Azerbaiyán contra el enclave armenio, hasta ahora autónomo del Alto Karabaj, situado en territorio del país vecino y no reconocido internacionalmente.

La diferencia entre los ejércitos de ambos países a favor de Azerbaiyán es insalvable, y el Gobierno azerbaiyano, que había sometido a ese enclave a un largo asedio en un intento de forzar la hambruna de sus habitantes, violó finalmente el acuerdo de alto el fuego existente y provocó en solo unas horas su rendición.

En el Consejo de Seguridad de la ONU, convocado de urgencia para tratar el tema, el jefe de la diplomacia armenia, Ararat Mirsoyan, negó que hubiese dos partes en ese conflicto, sino sólo “invasores y víctimas”, y acuso una vez más a Bakú de no tener más objetivo que completar una operación de “limpieza étnica”.

Mirsoyan acusó al Consejo de Seguridad de no haber movido un dedo en defensa de los armenios y volvió a exigir a la comunidad internacional que garantice los derechos de los habitantes del Alto Karabaj.

Su homólogo azerbayano, Ceiyun Baymarov, calificó el ataque contra el enclave, en el que murieron dos centenares de armenios y resultaron heridos al menos cuatrocientos, de simples “medidas antiterroristas” destinadas a restablecer en ese territorio el orden constitucional.

Se trata, sin embargo, de una intervención militar que viola los llamados “principios de Madrid”, acuerdos para resolver el conflicto que presentaron en la capital española en 2007 los ministros de Exteriores de Armenia y Azerbaiyán y que constituían una versión revisada de una anterior propuesta del grupo de Minsk de la OSCE.

Pero mientras las fuerzas armadas azerbaiyanas atacaban ciudades y aldeas del enclave armenio e incluso una base de las tropas de paz rusas, los dirigentes de la Unión Europea, tan duros con Rusia por su invasión de Ucrania, se limitaron a pedir que se pusiese fin a los combates sin tomar medida alguna, aunque sólo fuera un simbólico embargo de armas.

Y es que en la guerra económica de Occidente contra Rusia, Azerbaiyán desempeña un papel clave, y así el año pasado, la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen, firmó un contrato para el suministro de gas de ese país, tan abundante en los recursos naturales que necesita Europa.

Para algunos observadores, el ataque al Alto Karabaj es sólo un primer paso. El próximo objetivo del Gobierno de Bakú parece ser la apertura de un corredor terrestre en el sur de Armenia hasta otro enclave, esta vez azerbaiyano, la república autónoma de Najicheván, fronteriza con Armenia, Turquía e Irán.

Y si eso finalmente ocurre, no parece que el Gobierno de Ereván vaya a contar con el apoyo de Washington, que verá la posibilidad de incordiar desde allí más a Irán y también de expulsar de la región a Rusia, que tiene una base militar en el sur de Armenia.

En este conflicto, que comenzó en 1988, todavía en la época soviética, fue cuando los armenios de Nagorno Karabaj exigieron que ese territorio azerbaiyano pasase a depender de Armenia. Un par de años después estalló una primera guerra a gran escala que acabó con un alto el fuego en 1994. A finales de 2020, una segunda guerra, con miles de víctimas, terminó con la victoria de Bakú y la recuperación por Bakú de parte del territorio ocupado por los armenios.

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