parece una tontería

Acabar el trabajo

Juan Tallón

Juan Tallón

Hace unos meses almorcé con dos escritores en el bar Pampín, de Santiago. No recuerdo el menú, salvo que fue sencillo y prodigioso, quizá la combinación mas difícil de alcanzar en cualquier apartado de la creación humana. Habitualmente las cosas sencillas se quedan solo en simples, o peor, en enrevesadas.

Hablamos de esto y aquello, a veces entrando y a veces no entrando en detalles. Es decir, tampoco recuerdo casi nada de lo que hablamos. Pero cuando alcanzamos los postres, alguien mencionó la muerte, tema en el que se mezclan siempre el máximo arcaísmo y la inmensa actualidad. La pregunta que rondó la tarta de queso fue qué pasaría si muriésemos pronto, un día de aquellos, mientras nos las prometíamos felices, cuando cualquier de los tres podría exclamar “Qué bien me siento, pero qué bien me encuentro”.

Es una interesantísima cuestión la muerte que lo estropea todo, intempestiva, que te pilla en mitad de algo de vital importancia, y hermoso, a lo que nunca renunciarías, y cuyo placer, además, lo vuelve insoslayable. Es la peor muerte, la que irrumpe a deshoras, de malísimas maneras, y ante la que debe de ser inevitable decirse, en un efímero e inútil pensamiento, “No me jodas, ¿ahora? ¿De verdad?”. Personalmente, no me angustia la muerte, salvo en el caso muy específico de que me arrolle mientras estoy escribiendo una novela.

Contemplo con preocupación esta posibilidad cada vez que abordo un libro, y por eso, una vez empiezo intento acabar muy rápido, no me importa si mal, o no en esa fase. “Rápido y mal” es un lema que tiene solución. Cabe la opción, a posteriori, de mejorar lentamente el manuscrito. Yo me relajo, en relación a mi muerte, en cuanto hay un primer borrador, porque pienso que alguien podrá venir y, conmigo ya enterrado, trabajar sobre él. Pero, sin ese borrador, ¿qué cabe esperar, que no sea la inmensa tristeza de haber dejado un sueño por la mitad?

Otro de los comensales aseguró disponer de algo parecido a un plan para impedir que la muerte se lleve por delante lo que podría ser una novela maravillosa. Al parecer tiene un amigo con el que conversa tanto de literatura, y que lo conoce tan bien como escritor, que seguramente podría acabar la novela inacabada en su lugar. En este punto, quizá por envidia, quise saber qué pasaría si a su amigo, por un funesto azar, por una de esas pésimas rachas que se abalanzan sobre uno, también muriese antes de concluir la novela.

“¿Tiene tu amigo a su vez, por un causal, otro amigo que lo conoce lo suficiente como para escribir tu libro hasta el final?”, pregunté. “Quizás sí”, dijo, pensativo. “De hecho”, intervino el otro escritor, “si la muerte siguiese abatiéndose sucesivamente sobre posteriores amigos del amigo de tu amigo, podríamos vernos en la tesitura de tener que acabar tu novela uno de nosotros dos”, dijo en referencia a él y mí. Nos quedamos en silencio y cambiamos de tema, porque eso significaba que, si la plaga de muertes se prolongaba, nosotros podríamos ser los siguientes, dejando a medias su novela, pero también la nuestra.

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