Billete de vuelta

Rodrigo Cuevas, trueno y galerna

Francisco García

Francisco García

El Ministerio de Cultura acaba de otorgar a Rodrigo Cuevas el Premio de Músicas Actuales, que es un galardón de notable pedigrí que cuelga en las paredes de artistas relevantes de este país desde que en 2009 lo recibiera un mito de la estatura de Joan Manuel Serrat. Hasta hace poco, a algunos Rodrigo Cuevas nos parecía una inteligente operación de marketing con ligueros y ademanes de cabaretera. Al paso del tiempo descubrimos que bajo esa imagen transgresora y desobediente se escondía un talento descomunal, una fuerza de la naturaleza desatada, a veces trueno, en ocasiones galerna.

Al modo de Miguel Hernández, a este músico polifacético vientos del pueblo le llevan. Del pueblo proceden los sones que entona, todos ellos enraizados en la dermis de esta tierra, muchos de los cuales se habrían perdido sin la labor silenciosa de los grandes recuperados del folclore popular. Seguramente a Rodrigo de niño le acurrucaron al son de habaneras y tonadas, como a muchos de nosotros la abuela nos enseñaba a valorar, en la voz majestuosa de Concha Piquer, la métrica versificada de la copla.

Rodrigo Cuevas se antoja inclasificable. Su imaginario es tan extenso y su libreto tan variopinto que ya no cabe en Wikipedia la biografía de este Fredy Mercury con montera picona, queen o reinona de un país de pandereta, tierra de las mil danzas donde un pellejo de cabra lleno de aire incita irremediablemente al baile.

Y además, no hay quien pueda con este asturiano y su personaje. Rodrigo es indomable: ¿quién osaría echar un yugo sobre el cuello de este rufián infatigable, que se ha convertido en una de las referencias musicales de Asturias, y a mucha honra? Este artista poliédrico es, en sí mismo, un manual de romería.

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