PArece una tontería

Más gris imposible

Juan Tallón

Juan Tallón

Comprar libros a un euro induce el liviano pensamiento de que la vida, por un rato, es facilísima. Hablamos de una sensación momentánea, muy agradable, que yo experimenté el lunes por la tarde, al salir de Silvano, un negocio de compraventa de artículos de segunda mano a doscientos metros de mi casa, en Ourense, al que nunca había entrado. Hacía casi un año que deseaba echar un vistazo, porque al pasar por la puerta distinguía, al fondo del todo, varias estanterías de libros. Siempre me agrada pensar que voy a tener un golpe de suerte y, entre montones de libros sin interés, habrá uno con el que tenga un flechazo. Pero una vez y otra acababa diciéndome “Ya vendré otro día”, así que nunca iba.

El lunes viví una mañana más bien lánguida. Llovió, tuve que ir a Correos sin ganas, me mojé los pies, pagué casi cinco euros por tres melocotones que, oh, sorpresa, no sabían a melocotones, y algunos otros asuntos grisáceos que no mencionaré. A saber qué me empujó por la tarde a la tienda a la que, en el último segundo, siempre declinaba ir. A lo mejor el color gris. El caso es que entré, paseé hasta el fondo, vi cosas horribles antes de alcanzar los libros, y al llegar aún debí desplazar un pesadísimo cabezal de cama y mover una montaña de tulipas de lámparas para examinar los títulos a gusto.

Encontré repetida siete veces Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos, lo que me hizo preguntarme si el mundo se estaba deshaciendo por alguna misteriosa razón de esa novela. Aunque la compré y leí en el instituto, al final me llevé un ejemplar solo por contrarrestar ese enigmático movimiento que imaginé en su contra. Inventarse cándidas conspiraciones es otro de los placeres baratos de la vida. A la novela de Martín Santos añadí libros de Oriana Fallaci, Elio Vittorini, Frederick Forsyth, José Donoso, Tagore, Vázquez Montalbán y Antoine de Saint-Exupéry. En total, ocho euros. Tal vez resultado del día perfectamente gris, llevaba el bolsillo lleno de monedas. Pagué y aún me sobraron algunas. Nunca me pareció más fácil la vida.

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