¿Quién nos vendrá a buscar?

Juan Carlos Herrero

Juan Carlos Herrero

La democracia permite expresar nuestras emociones, sentimientos y hasta sufrimientos ajenos de los que nos apropiamos. Creemos que la Historia nos es ajena cuando la estamos escribiendo, ya nadie es anónimo, todos estamos fichados, catalogados y tan codificados que nadie escapa al control de la inteligencia dictatorial artificial.

Guerra, terrorismo, conflicto, lucha entre pueblos y confesiones, no estamos para etimologías epistolares cuando la sangre corre fuera de las venas, venga de quien venga la destrucción humana. ¿Israel y Palestina? Quién da más en analizar la geopolítica actual, más aún, la Historia y su interpretación.

¿Por qué no Afganistán? Hemos convertido la historia de la Humanidad en actualidad, leída por Occidente en el confort, como si no esperásemos ser actores de la escena, cuando el sonido de las bombas cada vez está más cerca.

¿Quién nos vendrá a buscar cuando todo se escinda? No hay terceras ni cuartas dimensiones del odio, simplemente hay dos caras, A y B. Caballos de Troya, vigas en nuestros ojos creyendo que las pajas son ajenas cuando aquí, en nuestra propia realidad de nación, país, confederación —y venga eufemismos— deconstruimos un nuevo odio, legislado sin concierto.

Ya no son ejércitos, que ahí está el error, es el interior del hombre quien pone en peligro la integridad del prójimo, y son los símbolos, las huellas que vamos dejando a nuestro paso —ahora en internet y demás sinapsis social— quienes nos ajusticiarán al menor suspiro, simplemente por pensar. De la ceca a la meca, nos invaden con incentivos y regalías a cambio de ejercer el derecho al voto, pero estamos comprados, vendidos a la vez cuando no sabemos distinguir entre quién hace más sangre de uno u otro lado. ¿Acaso Rusia no espera con paciencia nuestro destino? ¿Acaso no esperamos al sempiterno séptimo de caballería estadounidense que nos libere, desde aquel USS Maine que nos hizo culpables, bajándonos de un cielo que no supimos otear?

No hay muros infranqueables, lo hemos presenciado en la meca de la espiritualidad mundial, Jerusalén. Donde creemos ver tres y hasta cuatro dimensiones, solo hay dos caras, la cara A y B del odio. ¿Quién nos vendrá a buscar? Sin ánimo apocalíptico, vendrá la respuesta, pero no en los ejércitos ni en el terrorismo más lacerante, en nosotros mismos, sabiendo que simplemente por pensar nos sacarán a “pasear”, los otros, claro, siempre los otros son culpables.

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