Inventario de perplejidades

Todo por la Constitución

José Manuel Ponte

José Manuel Ponte

La expresión de moda es “Todo dentro de la Constitución”. Cualquier cosa, incluida en el concepto “la Liga de Fútbol”, las oposiciones a notarías, la berrea del ciervo por la montaña de Jaén, e incluso el asesinato, tiene que ejercitarse dentro de las normas de la Constitución de 1978. Y no vale con un pie dentro y otro fuera, como en algunos juegos infantiles, ni retorciendo tanto las palabras del texto que haya que recurrir al Tribunal Constitucional para que nos aclare su significado. A todo esto, pueden pasar años si a los magistrados de la alta institución, y a los políticos que supuestamente los nombraron (al menos eso se insinúa en más de un medio), les da por bloquear su tramitación.

El número de personas que invocan la Constitución como remate de una argumentación crece exponencialmente. “Sí, sí, todo lo que ustedes quieran —nos dicen— pero respetando siempre las rayas rojas de la Constitución”. Tarea complicada de ejercer porque la Constitución es ambivalente y ambigua y permite interpretarla desde perspectivas políticas claramente enfrentadas. Una circunstancia que, pasados años de su promulgación, no deja de ser coherente con el clima de consenso que inspiraba a la renovada clase dirigente en el delicado trance de pasar de una dictadura militar a una monarquía parlamentaria. Objetivo mayoritariamente interiorizado por la ciudadanía que, muerto el dictador, no deseaba vivir un enfrentamiento como el que había desembocado en la Guerra Civil.

Entre los encargados de redactar el texto constitucional por los reservados de los restaurantes de lujo de Madrid hubo una sobrerrepresentación de nacionalistas catalanes y vascos que no respondía a los resultados de las elecciones de junio de 1977, las primeras democráticas. Eso y la jugada de póker de Suárez trayendo de Francia al viejo Tarradellas, presidente de la Generalitat republicana en el exilio, para nombrarlo presidente de la Generalitat todavía non nata y regida por la legalidad franquista. Después de este atropello, hubo muchos más, pero todos fueron superados con parecido desahogo.

Rodríguez Sahagún (Pelopincho), que fue alcalde de Madrid y ministro de Industria y Defensa con Suárez, gustaba de quitar dramatismo a cualquier suceso de aspecto preocupante. “Normal en una democracia”, solía apostillar. Estaba sentado en el banco azul del Gobierno cuando irrumpió en el Congreso el teniente coronel Tejero de la Guardia Civil para poner a prueba la normalidad del país. Pero, en esa ocasión, no dijo nada.

Respecto de la promesa del presidente en funciones de no sobrepasar las rayas rojas de la Constitución de 1978, poco hay que decir. El problema con las famosas rayas rojas es que hay que andar con cuidado para no pisarlas. El texto es ambivalente y las cesiones de soberanía, hacia dentro y hacia fuera, incontables. Un ilustre abogado valenciano con experiencia internacional sostiene que desde el final de la Segunda Guerra Mundial a España se le dio trato de “nación vencida”. Pero quede ahí este breve comentario para mejor ocasión. La “rabiosa actualidad” impone a los opinantes respetar el turno. Como en el mercado.

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