Oblicuidad

‘Napoleón’ es una muy buena película

Matías Vallés

Matías Vallés

El exterminio de los críticos de cine que desprecian a los espectadores se ha producido sin necesidad de intervenciones ajenas, porque nadie atiende ya a sus sermones. El siguiente paso sanitario consiste en prohibir que escriban de cine a quienes no van al cine. Este año solo han visto Barbie y Oppenheimer, si llega. Se sienten huérfanos en la gran sala, sin el biberón y el sofá caseros, jugadores de futbito en el estadio.

A estos espectadores ocasionales les molesta infinitamente Napoleón, porque no pueden ni imaginarse la indigesta papilla anual que han de tragarse los espectadores estoicos, para que venga después el exquisito y ponga sus sucias zarpas sobre la maravilla de Barbie. Entre películas de maternidades o de niños de diez años que hablan como si acabaran de conseguir el Nobel de literatura, por no hablar de la morralla pedagógica y de los actores aficionados, hasta Ken Loach parece refrescante.

La valoración del Napoleón de Ridley Scott a cargo de los espontáneos equivale a disertar sobre el Museo del Prado después de una fugaz visita de media hora. Ha llegado el momento de aclarar que es una muy buena película, excelente si se desea provocar, sin duda más atractiva y fidedigna que los discursos napoleónicos que se imparten en la mayoría de los centros escolares y universitarios del Estado. En ningún momento pesan sus casi tres horas, ni se distrae la atención, por mucho que lo pretendan los enterradores del cine en salas. Incluso convierte en tolerable a Joaquin Phoenix, esa pesadilla del espectador civilizado que sabe tanto del pequeño corso como los eruditos que han florecido estas semanas. Por cierto, la película de este director más criticada en su estreno fue Blade Runner.

Duele conocer por adelantado los episodios de Napoleón, dada la destreza de Scott al relatarlos a sus 85 años. Consigue además una excelente descripción de la relación entre sus dos protagonistas principales. Las batallas apenas si suponen la banda sonora para el combate a muerte entre el emperador y Josefina. Aquí es fundamental Vanessa Kirby, mejor cuanto más despeinada, la emperatriz replicante soñada por un historiador. Redondea el extraordinario año para las actrices con Margot Robbie, mientras el feminismo insiste de oídas en que ya no hay papeles para mujeres. Si supieran.

La gran contradicción napoleónica reside en la descripción que acomete el novelista de moda, Hernan Diaz, de su Benjamin Rusk, emperador de Wall Street. “Si en el trabajo siempre parecía pletórico de confianza y resuelto, en casa se convertía en indeciso y tímido”. También las cartas de Napoleón a Josefina sonrojan por su ingenuidad y su nula capacidad literaria. Compendian el contrato de esclavitud del hombre que gastó cientos de miles de vidas en repetir a Alejandro, y todo ello se aprecia en una película que acaba además con la victoria de un actor de verdad, Rupert Everett.

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