La Ley de la Ilusión (2ª parte)

Antonio Fraga Mandián

Antonio Fraga Mandián

Años ha escribía en este mismo diario, por estas señaladas fechas, unas líneas dedicadas a lo que denominaba Ley de la Ilusión, y que transmitía la idea de que la ilusión, la esperanza, el anhelo de un devenir mejor, trasciende a cualquier organización social o territorial, porque es inmanente a la naturaleza del ser humano, y, además, irrenunciable. El ordenamiento jurídico es algo que sucede, no es un prius, al hombre, y éste, en su esencia, es ilusión, ergo, ningún tratado, constitución, ley, del rango que fuere, reglamento o costumbre, puede orillar esta característica permanente e inmutable. La ley es un mero instrumento, la esperanza es nuclear en el hombre.

La ilusión, imprescindible en estos atribulados tiempos, es una ley natural que no se puede abrogar, porque supondría tanto como abolir al mismo hombre.

Baste citar, para esta introducción, la frase de Víctor Hugo: “No hay nada como un sueño para crear el futuro”. Y es un sueño lo que voy a desarrollar, referido, en esta segunda parte, a una cuestión más doméstica, pero no menos importante, que atañe a esta ciudad de La Coruña.

Esta quimera persigue que nuestra ciudad dé un salto de calidad, tras vicisitudes varias que creo, francamente, haberla relegado de la posición que le corresponde.

En realidad, son tres deseos, en el orden que ustedes quieran, que bien pudieran ser contenido de un email a SS. MM. los Reyes Magos de Oriente.

Primer deseo. ¡Cuánto echamos en falta los éxitos de nuestro Deportivo de La Coruña! Corrían las postrimerías de la década de los años ochenta cuando afloró una trayectoria que me atrevo a afirmar que no tiene parangón en el ámbito deportivo, un mero figurante en el circo de los dos grandes que se convirtió en el tercero en discordia, un primus inter pares, un humilde siervo que se transmutó en rey, un cuento de Navidad hecho realidad; pero si llegó a tal extremo el regocijo que el merchandising me indujo a comprar ropa interior del club. Cada año que transcurre enjugamos nuestras lágrimas contemplando lo que fuimos y lo que hoy somos, y, por desgracia, no irá a mejor. Mas, en este devenir ha de entonarse el mea culpa. Sí, se apartó, acorraló, cuando no vilipendió, al artífice de aquel milagro, a la persona que con ingenio, audacia y, era menester, grandes dosis de riesgo (se partía de la nada y las “ayudas” no llegaban, ni lo harían), nos trasladó de un mundano y prosaico deambular por la primera y segunda, cuando no tercera división, a los altares del fútbol mundial, objetivo que está al alcance de muy pocos, y más difícil, si ello es posible, para los habitantes del lugar donde muere el sol engullido por el Mare Tenebrosum. El “presidente”, al que las instituciones, públicas y privadas, y, hay que decirlo, sin edulcorar, una cierta parte de la afición, en una especie de contubernio auxiliado de un silencio cómplice, han pretendido alojar en el olvido. Vano intento, a Dios gracias.

De no recibir el club una inversión económica muy potente el ansiado retorno se diferirá ad calendas grecas. Al componente financiero imprescindible ha de adicionarse la implicación, desde el puesto que fuere, de nuestro solícito “presidente”, el adalid que nos guíe en el camino de vuelta, a modo de Moisés a la Tierra Prometida, aunque, sería deseable, en menor tiempo que el profeta. Cuando nos referimos a inversión, queremos decir que aquéllos que la acometan puedan obtener rentabilidad, como un negocio más, pues sólo así se hace atractiva la idea. No se trata de un “cepillo limosnero”. La combinación de un inversor relevante y un gestor brillante nos harían, a buen seguro, revivir.

Segundo deseo. Cada vez más, va cobrando protagonismo informativo el mensaje de que a corto-medio plazo nos toparemos con una asfixiante carencia de médicos. La jubilación de la cohorte demográfica de los conocidos como baby boomers, el progresivo envejecimiento poblacional, que hará más necesaria, si cabe, la atención sanitaria, y el inexcusable y dilatado período de preparación de este tipo de profesionales, demandan una respuesta acuciante a esta amenaza.

No es de esperar que desde las instituciones públicas se aborde tal problemática con la premura requerida, cuando además seguimos perdiéndonos en localismos cainitas —de esto último los gallegos sabemos mucho—. La burocracia es una patología anquilosante.

Habría de crearse, en el más breve tiempo posible, una facultad de medicina, demandada de modo recurrente, con inversión privada, con un sistema de becas que mime el talento y el sacrificio, con la ventaja añadida de disponer en la ciudad de un entramado hospitalario, público y privado, de primer nivel, y por qué no, ubicada en el antiguo y agonizante edificio carcelario de la ciudad. Un único remedio para tantos problemas.

Tercer deseo. Año tras año nuestro aeropuerto atraviesa variados avatares (cancelación de destinos, otros nuevos, siempre subvencionados, cuestionamiento de su propia existencia, competencia no siempre leal…). Sólo la tozuda realidad del número de viajeros lo mantiene, porque da servicio a un área de población nada desdeñable, tanto por el número de habitantes, como por su hegemonía económica. Evitar el vaivén de compañías áreas, dar estabilidad a la infraestructura, y acabar con la aportación vía impuestos, hace apremiante la creación de una compañía (basta una pequeña flota) con sede en esta ciudad, y base en el aeropuerto, que dé cumplida respuesta a la demanda, tanto de negocios (que es la mayor parte) como turística, consolidando los destinos más requeridos y creando otros nuevos. Se trata, reiteramos, de buscar un inversor que, como es natural, obtenga rentabilidad, lo que haría despegar definitivamente este eslabón clave de la ciudad.

Es una llamada en pos de una labor de generosidad y mecenazgo que dejaría una huella indeleble y acreedora de una enorme gratitud de la ciudadanía.

Este anhelo de una A Coruña mejor, concretado en los deseos descritos, tiene como destinatario a S.M. el Rey Melchor, que, curiosamente, reside en la ciudad, y viste de Zara.

Ahora bien, no bastan los sueños, es necesario ponerse manos a la obra, y así lo decía Baltasar, no S.M., sino Gracián, con su elocuente laconismo: “Los sueños no te llevarán a ninguna parte, una buena patada en los pantalones te llevará muy lejos”.

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