Inventario de perplejidades

Los millonarios y la lotería

José Manuel Ponte

José Manuel Ponte

Como es tradición en mi círculo familiar y amical, los dos grandes sorteos de la Lotería Nacional (Navidad y Reyes) han pasado de largo. El primero de ellos reparte 4 millones de euros a la serie, lo que supone 400.000 euros por décimo.

Luego, hemos visto las consabidas escenas de alegría de los afortunados poseedores de participaciones en diversos grados de retribución. La euforia se manifiesta en forma de abrazos, gritos, bailes y primeros planos de unas caras congestionadas por la emoción del momento de los que balbuceaban ante el periodismo de alcachofa sobre el destino que pensaban dar al dinero. La mayoría coincidían en expresar que pensaban utilizarlo para tapar agujeros contables, descontar hipotecas, cambiar el viejo automóvil por otro eléctrico de última generación. O darse el gustazo de viajar en uno de esos mastodónticos cruceros que desafían el principio de Arquímedes.

Pocas sorpresas más nos brindaron los sorteos de la Lotería Nacional. La suerte quiso que los premios estuviesen muy repartidos entre la gente modesta, lo que nos pone a cubierto de sospechas de manipulación. Como lo sucedido durante la dictadura del general ferrolano.

Resulta que el poseedor, o poseedores, del primer premio no aparecían y comenzaron las especulaciones sobre su identidad. Hasta que el rumor se convirtió en certeza y las conjeturas empezaron a centrarse en la figura de Pedro Barrié de la Maza, un financiero amigo de Franco al que había apoyado desde el inicio del golpe de Estado reaccionario contra la República.

El “tío Perico”, como se le conocía en el ámbito familiar, era el propietario o accionista mayoritario del Banco Pastor, de Fenosa, de Astano, de Pebsa, de La Toja. Y de cualquier empresa que le procurase beneficios, honores (Franco lo hizo conde) y representaciones desde méritos académicos a la presidencia honorífica de entidades deportivas. Al parecer, en el año en el que supuestamente le tocó la Lotería de Navidad (1958) el conglomerado financiero pasaba por dificultades y alguien tuvo la idea de echar mano de lo que popularmente se llamaba el Gordo, es decir, de 180 millones de pesetas que entonces ya era mucho dinero. Sobre todo, si es para tapar una coyuntural falta de liquidez.

En la ciudad donde nací se conocía el caso de un funcionario bien relacionado que le tocaba la lotería con una frecuencia milagrosa. Nadie se hace millonario, aunque le toque el primer premio de un sorteo bien dotado.

Estos días, al tiempo que nos informaban sobre la modesta cantidad de dinero que cobrarán los premiados, nos daban también noticia de la fortuna que acumula Amancio Ortega, cifrada en 87.699 millones de dólares. La distancia es sideral, pero aún lo sería más si le sumásemos la herencia de su hija por parte de madre y otras aplicaciones. El control sobre esa inmensa cantidad de dinero debe ser difícil de manejar. Según autores, el dinero no tiene piernas y necesita de alguna ayuda para desplazarse.