Crónicas galantes

Xenófobos sin fronteras

Ánxel Vence

Ánxel Vence

Carles Puigdemont, presidente en la sombra, ha obtenido de su colega Pedro Sánchez el derecho a controlar a los inmigrantes en Cataluña. Parece una petición algo extravagante, pero tiene su lógica. Así que se la ha concedido.

Junts, la marca electoral del president, se define como partido transversal que no es de izquierdas ni de derechas, sino todo lo contrario. Eso no impide, sin embargo, que compita con Vox en su deseo de deportar a los forasteros que no sean de su gusto. Tanto el nacionalismo español como el catalán —y todos, en general— están aquejados de xenofobia, que viene a ser la aversión al extranjero, mayormente si es pobre.

Este odio al que viene de fuera es un rasgo típico de la extrema derecha, pero últimamente está adquiriendo un carácter transversal, como Junts. En realidad, las derechas y las izquierdas han perdido gran parte de su sentido original desde que la democracia se convirtió aquí en un asunto puramente aritmético.

Lo que de verdad importa es reunir el apoyo de 176 diputados, aunque para el logro de ese objetivo haya que mezclar a xenófobos con internacionalistas; a comunistas con liberales y a melones con sandías. Todo vale cuando se trata de alcanzar y/o conservar el poder.

A Sánchez lo sustentan por la izquierda los leninistas de Sumar y Podemos, los de Bildu, la Esquerra Republicana y el Bloque Nacionalista Galego; además de su propio partido, claro está. Por la derecha cuenta con el apoyo del PNV, partido de Dios y de leyes viejas; al que hay que añadir Junts, representante de la burguesía catalana.

Reunir elementos tan dispares es, al margen de simpatías políticas, un mérito que hay que reconocer a Sánchez, gobernante de probada habilidad para la supervivencia.

El problema, si alguno hay, es que su permanencia en el cargo depende básicamente de un partido como el de Puigdemont, que le va a hacer pasar cuatro años de tormento mediante el conocido suplicio de la gota china. Cada medida de gobierno deberá pasar el previo examen de un político con orden de detención en vigor, a la espera de que le llegue la amnistía.

Lo preocupante, si acaso, es la tendencia abiertamente xenófoba de Junts, partido al que el propio Sánchez calificó así años atrás, añadiéndole por su cuenta el adjetivo de “racista”. Aun iría más lejos, al atribuir a Joaquim Torra, anterior presidente de la Generalitat el título de “Le Pen español”, en alusión a la dirigente ultraderechista francesa de ese apellido.

Infelizmente para Sánchez, los resultados de las últimas elecciones convirtieron al partido de Torra y Puigdemont en llave del Gobierno. Como los números mandan, al presidente no le quedó otra que pactar con aquellos a quienes reprochaba no hace mucho sus actitudes xenófobas y racistas.

Pocos dudarán, ciertamente, de que el conservador Feijóo hubiera hecho lo mismo con Vox, en el caso de que la aritmética del Congreso jugara a su favor. Es el problema creado hace siete años por el fin del bipartidismo, que deja como única disyuntiva la de elegir a unos xenófobos o a otros como sustento del Gobierno.

Paradójicamente, los que mandan en España son los xenófobos sin fronteras (ideológicas). Ellos, a los que tanto les gusta poner aduanas.

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