Opinión | Oblicuidad

Carlos III me ha chafado ‘The Crown’

Acabo de recibir uno de los golpes más duros del año, y tiene que ver con Carlos III. Antes de arrancar, ya sabrán que en el pozo de la degradación habita un periodista efectuando recomendaciones comerciales. Pese a ello, conozco un remedio contra cualquier situación estresante. Se llama The Crown, no hay ansiedad que no pueda sosegar la contemplación de los avatares de la tribu de Isabel II. Es mi único punto de contacto con Giorgio Armani, que acaba la ajetreada jornada en alguno de sus palacios con una manta sobre las rodillas, y un capítulo de la serie en la pantalla. Recuerden el alivio de los plebeyos, cuando descubrimos que el presidente Bill Clinton bebía la misma Coca-Cola que nosotros.

Para exprimir sus efectos terapéuticos, consumo The Crown en dosis ajustadas. Es otra forma de decir que sigo anclado en la quinta temporada, cuando los adictos ya han devorado la sexta y definitiva. La fascinación permanece intacta, aunque la Isabel II de Imelda Staunton se muestra paralizada y a merced de los acontecimientos. Me costó encajar a Dominic West en el príncipe Carlos, pero el actor absorbe progresivamente a su personaje. Elizabeth Debicki no ha necesitado ninguna adaptación, porque es la moderna Lady Di, más la inteligencia. Además, ¿a quién le preocupa el papel que interpreta Debicki, cuando su sola aparición deja sin aliento al espectador?

En efecto, a estas alturas conviene explicar el titular. El auténtico Carlos III me ha chafado The Crown, porque el anuncio de su enfermedad trastoca la contemplación televisiva de sus vicisitudes principescas. Cuesta contemplarlo como un inadaptado al mundo que habita, un personaje digno de P.G. Wodehouse. Se transforma en un privilegiado con condena a la desgracia perpetua. Si me tomara la televisión en serio, debería retroceder a su primera aparición para resignificarlo, el término de moda.

En ningún caso frivolizo la afección de Carlos III. Entre otras cosas, porque bebe de nuevo la misma Coca-Cola que cualquiera salvo que no bebe Coca-Cola, pero la atención médica que está recibiendo resucitaría a un muerto y le garantiza un pronóstico favorable. El problema surge porque el Carlos III real es menos atractivo que el personaje de The Crown, pero su actualidad influye por fuerza en la serie que ha suplantado con éxito a la familia real británica.

En contra de la crítica exaltada, la quinta temporada de The Crown cumple su misión sin reproche. El anticarismático Príncipe de Gales despierta por fin del letargo. Asfixiado por la insufrible espera, construye su Camelot paralelo y alienta encuestas que aceleren el tránsito. Le costó treinta años más coronarse en una ceremonia digna de Walt Disney, con la familia despedazada, y la primera noticia importante de su reinado es una enfermedad. Me acabo de ganar el capítulo de hoy.

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