Opinión
¿Cómo estás? Bien, ¿y tú?
Hace unos días, al saludar a un amigo, este me preguntó, como viene siendo habitual entre personas que se saludan, “¿cómo estás?”, a lo que yo, como también viene siendo habitual, le respondí: “Bien”. Al ser un amigo de confianza me dijo que no me creía. Que no conoce a nadie que esté bien. Aquello me hizo reír porque no puede tener más razón. A todos nos pasa algo, que, en mayor o menor medida, nos impide estar bien.
Es curioso constatar que responder que uno está bien se ha vuelto un convencionalismo. Todos sabemos que quien nos hace esta pregunta la mayoría de las veces no la hace realmente para saber cómo estamos; ni tú tampoco, a lo mejor, quieres responderle porque o no viene al caso, o porque no se trata de la persona con quien querríamos sincerarnos.
Nos cuesta confesar que no estamos bien. A lo mejor es porque creemos que no se espera de nosotros que digamos que estamos mal.
Para muchas personas expresar los verdaderos sentimientos no está bien visto. Las mujeres tienen una propensión mayor a sincerarse entre ellas. Sus confidencias son buenas para liberar muchas cosas que llevan dentro; sin embargo, por regla general, a los hombres nos es mucho más difícil. Tengo algunos amigos, muy pocos, con los que no me importa contarles cómo estoy, y otros a los que no siento que pueda hacerlo. Y conozco a otras personas que a pesar de la confianza que se nos supone, siempre me dicen que están bien. ¡Y es imposible que estén siempre bien! Gente con la que comparto horas y que hablamos de infinidad de temas, y que en cuanto se roza lo personal, aparecen las retracciones y la cosa se esquiva con mano de seda. A los hombres nos cuesta mostrar nuestras flaquezas, un absurdo y atávico complejo que nos limita mucho a la hora de mostrarnos; además no queremos que socialmente se nos vea como alguien con problemas. El “todo controlado” está mejor considerado; detestamos que digan que somos “una persona con dificultades”.
Seguiré diciendo que estoy bien cuando me pregunten cómo estoy. Seguiré el formalismo porque ante un mundo en el que todos están bien, no quiero ser, de repente, la oveja negra.
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