Opinión | 360 grados

El genocidio más transparente de la historia

El Estado sionista continúa su sistemática operación de limpieza étnica de los palestinos de la franja de Gaza ante los ojos de un mundo que, incomprensiblemente, parece incapaz de impedirlo.

El pueblo que sufrió la discriminación durante siglos en la Europa cristiana e intolerante, el pueblo al que quiso exterminar el régimen nazi se ha tornado en cruel verdugo.

Y sus víctimas no son los responsables de aquellos crímenes nefandos sino una población árabe totalmente ajena a ellos y a la que la comunidad internacional despojó un día de sus tierras para que pudieran constituir en ellas un nuevo Estado los antes perseguidos.

Un Estado para el “pueblo elegido” en el territorio de donde salieron sus antepasados para desparramarse por el ancho mundo y donde otro pueblo de raíces también semitas ha vivido durante siglos.

Son ya más de treinta mil las víctimas mortales entre los gazatíes, sometidos a los implacables bombardeos de la aviación israelí, y cerca de dos millones, los desplazados de sus hogares, en su mayoría totalmente destruidos.

El Gobierno más ultra de la historia de Israel no oculta ya siquiera sus intenciones: la total expulsión de los habitantes de la Franja, que no son por cierto sino los descendientes de los expulsados en 1948 por el Ejército israelí de las tierras que ocupaban en la Palestina histórica: es decir, refugiados por partida doble.

En su bíblico deseo de venganza por el atentado contra Israel del 7 de octubre, el Gobierno de Benjamín Netanyahu prefirió no distinguir entre la población civil palestina y los militantes de Hamás.

Todos, incluidos mujeres y niños, eran para Israel terroristas o al menos lo eran en potencia, y había por tanto que expulsarlos, cuando no directamente eliminarlos.

A los que habitaban el norte de la Franja los engañaron conminándolos a viajar al Sur, donde, se les dijo que estarían seguros; pero ahora, amontonados allí los que lograron sobrevivir, tampoco están a salvo de los bombardeos, de las enfermedades y de la hambruna.

Su única salida posible es hacia el Sinaí egipcio, pero esa frontera está cerrada y sólo dejan atravesarla a quienes tienen suficiente dinero para sobornar con más de cinco mil dólares a funcionarios egipcios sin escrúpulos y seguramente conectados con ese régimen.

El resto tendrá que esperar a que se termine al otro lado del muro de separación con Egipto una nueva cárcel en forma de trapezoide y al aire libre que se está allí construyendo y que se encuentra en unos terrenos cuyo control cedió supuestamente en su día a Israel el Gobierno de El Cairo.

Según la Fundación para los Derechos Humanos del Sinaí se están levantando allí muros difícilmente franqueables y torres de vigilancia, y ya son cada vez menos los que dudan de que Israel quiera cumplir su viejo objetivo de vaciar Gaza totalmente de palestinos con el pretexto del peligro terrorista de Hamás.

Y todo ello mientras el líder del “mundo libre”, el defensor del “orden internacional basado en reglas”, se limita a simples llamamientos a la moderación al tiempo que sigue suministrando a Israel las armas para continuar su genocidio: el más transparente de la historia.

No quisiera terminar este artículo sin rendir homenaje al soldado de la Fuerza Aérea estadounidense Aaron Bushnell, que se inmoló frente a la embajada de Israel en Washington para no seguir siendo cómplice, como su Gobierno, de ese genocidio.