Opinión

Solo

Lo único que nos acompaña a lo largo de toda nuestra vida es la soledad. Lo demás son espejismos, efecto placebo, nada más que una pequeña luz entre dos sombras. El amor o la amistad son sentimientos acogedores, pero nunca cobijan para siempre y a la menor brisa descubrimos horrorizados la crudeza de la intemperie. Durante algún tiempo sirven, generalmente en épocas cálidas, en los días templados de vino y rosas. Como el verano, dan una falsa sensación de calor eterno que se disipa en cuanto llega el frío. En las decisiones importantes, en los momentos de crisis, en la angustia y la desesperación, solo hay soledad; completa, rotunda, absoluta soledad. “La soledad es testigo/ de mis castigos y glorias/ primera de mis amigos/ la llevo conmigo/ igual que una más” cantaba aquel genio que se llamó Juan Carlos Aragón y al que tanto echamos de menos en estos tiempos en los que tanta falta hace su palabra y su rebeldía.

Hay que desengañarse. Para las ocasiones importantes estamos solos. No es únicamente cuestión del primer aliento y del último suspiro, que también, sino de esos suspiros intermedios que nos resultan casi tan trabajosos de dar como el último (“muchos tragos es la vida/ un solo trago es la muerte”, según Miguel Hernández o, al menos, el Miguel Hernández de mi memoria). Siempre se exhalan en soledad y, sin duda, ello acarrea unas altas dosis de tristeza, en igual medida en que nos coloca en nuestra justa medida humana.

Decía el poeta Pedro Garfias que “la soledad que uno busca/ no se llama soledad./ Soledad es el vacío/ que a uno le hacen los demás”. Unos versos que quedan bien para cantarlos por soleá, que es palo amargo y ancho que duele más allá de la garganta y del pecho, pero a lo que se refiere el muy querido poeta es, más bien, al abandono.

Ha venido todo esto a cuento, quizás, pensando en José Luis Ábalos. Hubo siempre algo en él que chocaba, acaso esos ojos redondos y pequeños, esa mirada de roedor que desconfía, de listo que siempre sale ganando. Sin embargo, me conmovió cuando dijo “vengo solo en mi coche, no tengo secretaria, no tengo a nadie al lado ni detrás (…) Siento que me enfrento a todo, no tengo a nadie y lo tengo que hacer solo”.

De nada le sirven a Ábalos la amistad y el amor, si es que los conoce. Como en el resto de los momentos trascendentes de la vida, y como seguramente lo estará en su muerte, Ábalos es en estos instantes el hombre más solo del mundo. Tan solo como usted que me lee y como yo mismo. Porque todos estamos, en todo momento, solos, aunque solo nos demos cuenta cuando daríamos cualquier cosa por no estarlo.