Opinión | Solo será un minuto

Ojalá que llueva café

Los deseos imposibles tienen más encanto que los que pueden llegar a buen puerto. No olvidemos que, en ocasiones, lo mejor de un viaje no es la meta, sino el camino que se recorre. Es una forma como otra cualquiera de aprovechar el tiempo todo lo que se pueda y no dar por descartado el placer del tránsito. Los muy cafeteros serían felices si, de repente, la sequía se acabara y, como colofón, hubiera unos minutos de aguacero de café con buena leche. Los amantes del cine en buenas condiciones se lo pasarían en grande si, de pronto, fueran a las salas y no tuvieran que soportar la mala educación de quienes dedican más atención a la mísera pantalla del móvil que a la grande, o aguantar la presencia de vándalos (de todas las edades y géneros) que hablan en voz alta como si estuvieran en el salón de casa, o tragar con devoradores de palomitas que mastican a boca abierta o succionan la pajita del refresco como si les dieran un premio al mayor estrépito.

Deseos imposibles como conducir por la ciudad y no toparse cada dos por tres con energúmenos que se pasan las normas por el forro o con chulos y (cada vez más) chulas que usan los vehículos como armas de provocación masiva. O tan imposibles como entrar en redes sociales sin salir con la vista enfangada. Desear todo eso y muchas más cosas dañinas (de fútbol o política mejor no hablar) es una apuesta inocente e ingenua por un presente menos tóxico y más humanizado. Conviene tener reservas de ambas cosas siempre, por muchas hojas que hayas pasado en el calendario: inocencia bien dosificada, ingenuidad bajo control para acotar daños colaterales.

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