Opinión

Los cocodrilos del Nilo y otros supervivientes

—¿Cómo?, ¿te gustan los reality? —se escandalizó.

—Tienen su aquél —dije.

—¿De veras te interesa esa basura de Telecinco? —me miró con desprecio.

–Sí —repliqué—, más que los cocodrilos del Nilo que ves tú en La 2.

A mí llegaron a aburrirme los cocodrilos del Nilo, poco activos, de sangre fría, camuflados en los manglares, sumergido su cuerpo hasta las narices, con un ojo que duerme a ras del agua y otro que vigila con desgana. Muy de cuando en cuando sorprenden algún antílope sediento, si se les acerca bastante a la boca, lo apresan con las poderosas mandíbulas, lo ahogan en el fango, lo descuartizan a revolcones y, tras el festín, continúan con su letargo, sin fabricantes de maletas de piel que los espabilen, con esa impronta de resignación y tristeza característica de la falta de anhelos.

En cambio, en los programas de la tele-realidad participan en general personas de sangre caliente, febriles, al acecho, atentas a lo que se menea, y llamativas, en absoluto mimetizadas con el entorno, al contrario, reclaman la atención, buscan protagonismo, se las ve venir; las seleccionaron por mentecatas e incapaces de serenidad y ejercen sin disimulo, exhiben su diarrea verbal, su franqueza tribal y sus tatuajes.

Los guionistas de estos espectáculos dieron una vuelta de tuerca a las historias algo planas de los naturalistas, limitados por la etología de los cocodrilos que, más allá de su enraizamiento telúrico y el escaso calado de su actividad, ofrecen pocas sorpresas. Pero, creedme, en la plática incandescente de estos nuevos actores, sin talento ni bachiller, descubro una pizca de evolución, brotes mentales que sobrepujan el instinto; sus conflictos y hasta diría que sus ensueños prometen más que el metabolismo lento de los anfibios del Nilo.

—Entiendo que en La 2 comenzó todo —respondí a mi inquisidor—, de hecho, los reality me provocan nostalgia; extraño el canal UHF de los años setenta, donde comenzaron los documentales del Nilo, y aún más atrás, hace cuatro millones de años, cuando nos pusimos de pie en el Valle del Rift. En este elenco de figurantes desechables, con sus pasiones y afecciones, percibo sesgos cognitivos que manifiestan algún tipo de aspiración, alguna esperanza, necesaria para la felicidad de la especie; y en esta melancolía, un pelín placentera, lloro lágrimas de cocodrilo.

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