Opinión | Crónicas galantes

La vieja pregunta del millón

Un millón de euros puede marcar la diferencia entre purgar íntegra una pena de prisión o salir a la calle mientras la condena no sea definitiva. Se está haciendo justicia para ricos, comentó la abogada de la víctima en el caso de Dani Alves. Como si alguna vez se hubiese hecho para los pobres.

Otros presos salieron y salen en libertad bajo fianza, aunque sus casos tengan menor repercusión en los medios que el del futbolista. No todos pueden beneficiarse de la ley, claro. A menudo no disponen del efectivo suficiente para pagar sus fianzas, seguramente más módicas que la del pelotero recién liberado. Son cosas del vil parné, que ninguna relación guardan con las decisiones de los jueces.

Aunque esto fuera previsible, ha sorprendido y hasta escandalizado a muchos que el condenado abandone la cárcel cuando apenas ha cumplido una cuarta parte de los cuatro años y seis meses que le fueron impuestos por un delito de violación.

No es menos cierto, por decirlo en la jerga judicial, que tampoco se trata de una libertad absoluta. Queda pendiente de los recursos a la sentencia y está limitada por la prohibición de salir del país, además de las obligaciones de comparecer semanalmente en el juzgado y no acercarse a menos de un kilómetro de la víctima.

Los magistrados no hacen otra cosa que aplicar las leyes en todos sus supuestos; incluyendo como es lógico los de la libertad bajo fianza. Suya es la potestad de fijar la cuantía en función del poderío económico y otras circunstancias del preso al que se libera, provisionalmente, previo pago.

Hay quien interpreta que esto de soltar la guita a cambio de aliviar o demorar la pena equivale a la compra de libertad con dinero. Como quiera que sea, lo cierto es que la fórmula está prevista en las leyes; y no solo en las de este país. Sorprende, si acaso, que alguien se sorprenda aún de las ventajas de tener dinero sobre las de no tenerlo.

El dinero te da opciones, suelen decir las gentes del mundo anglosajón, que van a la práctico. Incluso en España, famoso país de hidalgos y quijotes, existe una larga tradición literaria que ensalza las virtudes del capital.

Hace ya siete siglos, un suponer, Juan Ruiz escribía con detalle sobre los poderes a menudo milagrosos del oro, que hoy circula en billetes y tarjetas. “Hace mucho el dinero, mucho se le ha de amar; hace correr al cojo y al mudo le hace hablar”. Añadía el arcipreste de Hita que el dinero “borra la penitencia” incluso a aquellos que tengan malos pleitos y, lógicamente, los pierdan. Era un profeta el tal Ruiz.

También Quevedo se sumó a esas teorías sobre el valor divino de la pasta en su sentida oda al Poderoso Caballero Don Dinero.

La pregunta del millón que algunos se hacen, literalmente, estos días, fue contestada varios siglos atrás por esas y otras ilustres plumas. El dinero compra el Paraíso y la eterna salvación, dijo el arcipreste que algo sabría de eso por su oficio. Ningún motivo hay para asombrarse de que también sea una llave mágica para abrir las puertas de la cárcel mediante el pago de las mucho más terrenales fianzas. Tener o no tener: esa es la cuestión.

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