Opinión | Inventario de perplejidades

Sobre racismo y forofismo

Algunos jugadores de fútbol del Real Madrid se quejan amargamente de que un sector de la grada los insulta con frases de aviesa intención racista. A la cabeza de la protesta se sitúa Vinicius, un jovencísimo delantero brasileño que ya figura en la lista oficiosa de los mejores atletas del mundo.

Vinicius se siente injustamente tratado y se ha revuelto contra sus acosadores, lo que le ha costado alguna que otra expulsión. Observado el caso desde lejos, hay que conjeturar que el asunto no se resolverá hasta que la civilidad llegue al nivel adecuado para entender que los insultos en un campo de fútbol son música de acompañamiento. Como los pasodobles de las bandas municipales, y en un tono menor, las charangas de las ferias.

Por otra parte, no hay que darle tanta importancia a los insultos que bajan desde la grada a la hierba de los estadios. La letra suele ser una sucesión de pareados horripilantes; la música, una desafinación carente de armonía y el coro de voces que lo interpreta, una tabarra insufrible.

Hace unos años, se puso de moda entre los hinchas un estribillo: “Míchel, Míchel, maricón, maricóóóóóóóón”, compuesto en honor de Míchel, un muy buen jugador de la plantilla del Real Madrid, miembro distinguido de la Quinta del Buitre e internacional por la Selección Española de fútbol. No había ninguna relación entre la orientación sexual del futbolista y la letra de los cánticos, pero la broma (de indudable mal gusto) aún duró varias temporadas.

Pedirle a Vinicius que actúe con parecido estoicismo al que acreditó Míchel parece inútil porque es joven, tiene la sangre caliente y todavía no ha interiorizado los argumentos que le permitan no caer en la provocación. Y tampoco parece ser el racismo el impulso que mueve a los alborotadores.

Les voy a contar, amables lectores, una anécdota que puede servir para aclarar conceptos. Ocurrió en un partido entre el Celta de Vigo y el Deportivo de La Coruña.

En el equipo olívico jugaba un futbolista hispano-guineano de raza negra que se llamaba Engonga y en el conjunto herculino, un internacional brasileño, también de raza negra, que se llamaba Mauro Silva. Cada vez que el brasileño tocaba la pelota, desde la grada donde se situaban los aficionados vigueses, se oían gritos que intentaban imitar a los de los monos en la selva. Y, como réplica, cuando el hispano-guineano Engonga pateaba el balón desde la grada donde se situaban los aficionados coruñeses se dejaban oír chillidos propios de los orangutanes, o algo parecido.

Los insultos a Vinicius tienen causa en el aborrecimiento del “eterno rival”. Principalmente.