Opinión | Inventario de perplejidades

Portugal y la buena educación

La rapidez con la que se pusieron de acuerdo para formar un gobierno de coalición en Portugal el centroizquierda y el centroderecha ha sorprendido a los partidos políticos españoles instalados en su guerracivilismo verbal y profundamente maleducado.

La diferencia en votos entre la formación liderada por António Costa y la encabezada por Luis Montenegro fue mínima y esa circunstancia, unida al resultado al alza de la extremaderecha de Chega, acabó de convencer a los dos partidos mayoritarios de las ventajas de su acuerdo.

Ya con la dimisión de Costa, por verse involucrado políticamente en un asunto de supuesta corrupción de un correligionario con el que nada tenía que ver, resultó apreciable el interés del primer ministro en defender el buen nombre de su partido. El comportamiento de Costa (cuya dimisión obligaba, alternativamente, a designar a otro socialdemócrata para sustituirlo o, como sucedió, a convocar elecciones) descolocó a la mayoría de nuestros vociferantes tertulianos.

En España nada de eso hubiera sucedido. Aquí, la primera intención de la derecha sería formar gobierno con la extrema derecha (como ocurrió con Vox), mientras que en el sanchismo (así le llaman ahora a los partidarios de Sánchez) se ensayaría una fórmula parecida a la del pacto entre el presidente de Gobierno y el de Iglesias de después de cortarse la coleta, junto con los “inscritos” que sobrevivan a las sucesivas purgas, más los “siete magníficos” a los que maneja el fugado de la Justicia española, señor Puigdemont, que aguarda en Waterloo a que su coyuntural socio le proporcione la vía legal más segura para regresar a la odiosa España sin ser importunado por la Guardia Civil.

De momento, se ignora cuál será el protocolo pactado entre los dos estadistas para hacer visible en cómodos plazos el retorno del hijo pródigo. Que, desde luego, no será como el que Adolfo Suárez le brindó a Tarradellas, que pasó de cultivar hortalizas en un pequeño huerto francés a presidir la comunidad autónoma catalana. Uno de esos saltos prodigiosos que hizo del hijo de un jurista coruñés afincado en Ávila, una especie de “gato con botas” de la Transición política española. “¡Ja sóc aquí!”, gritó el anciano republicano, que había jurado por su honor antes de salir al balcón que se mantendría leal a la monarquía parlamentaria que nos había legado Franco.

Pero, volviendo al asunto que nos ocupa, hay que preguntarse por qué hay una diferencia abismal entre el comportamiento de la ciudadanía española y la portuguesa. En esos cafés y restaurantes portugueses se habla bajo y no a gritos como sucede por aquí. Y lo mismo cabe decir de cualquier reunión donde haya más de dos personas.

El escritor brasileño Jorge Amado recoge en su libro Navegación de Cabotaje dos anécdotas que le sucedieron en un lugar cercano a la frontera hispano-portuguesa. Se refiere a dos pintadas. En una, escrita en portugués, podía leerse una frase optimista que siento no recordar en su literalidad. En la otra, en cambio, alguien había escrito “¡Te odio, te odio y te odio!”.

Me quedo con la forma sosegada de hacer política en Portugal. Lo de aquí es divertido, pero a la larga insoportable.

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