Opinión | EL TRASLUZ

Gira el mundo, gira

Gira el mundo, gira.

Gira el mundo, gira. / Pexels

Yo había notado algo, pero no sabía a qué atribuirlo. Luego me enteré por la prensa de que el deshielo había frenado la rotación de la Tierra: damos menos vueltas por minuto o por hora, no sé, y los cuerpos lo notan. ¿Cómo? Pues del mismo modo que cuando el autobús frena y has de cogerte a la barra porque la inercia te empuja hacia adelante. O como cuando las escaleras mecánicas se detienen de pronto, contigo dentro, y notas una pérdida del equilibrio. La Tierra da vueltas a menos velocidad, pero sus habitantes continuamos moviéndonos al ritmo anterior, lo que provoca un desajuste físico que repercute también en lo mental: hay más gente con problemas de vértigo que nunca.

Puedo desayunar con la parsimonia que quiera, pero siempre he desayunado con la que le daba la gana a la rotación de la Tierra. Así que el otro día, me estaba comiendo una tostada y me notaba acelerado, lo que no es raro en mí porque soy algo ansioso. Pero luego leí el periódico y no era que yo estuviera acelerado, sino que la Tierra se había ralentizado provocando entre el mundo y yo un desfase: el paisaje iba a cámara lenta y mis manos a cámara rápida. La Tierra se frenaba, en fin, y me lanzaba hacia adelante, como cuando el avión, después de aterrizar, detiene su marcha y, de no ser por cinturón de seguridad, nos daríamos con la cabeza en el respaldo del asiento anterior.

Todo esto debe de guardar alguna relación con la teoría del movimiento uniformemente acelerado que estudié en el bachillerato y de la que no recuerdo nada, pero lo cierto es que de un tiempo a esta parte vivo en un estado de agitación que el médico me ayuda a combatir a base de calmantes cuando lo que tendríamos que hacer era proporcionarle a la Tierra unas anfetaminas. Eso, o vivir de tal modo que los polos dejaran de derretirse, porque el agua resultante se desplaza y la peonza sobre la que se desarrolla nuestra vida deja de girar como debe. A ver.