Opinión | Crónicas galantes

Chulerías regionales de la casta

Todavía hay quien se pregunta por qué falló el intento de abolir la casta dirigente encabezado por Pablo Iglesias el Joven, al que ahora imita Javier Milei en Argentina con el “Sí, se puede” de sus seguidores. Cuando menos en el caso de España, la fácil explicación es que resulta imposible arremeter contra la casta en un país de suyo tan castizo como este.

Baste observar el duelo de casticismos entre el presidente del Gobierno y la presidenta de Madrid, que tan entretenido tiene al público aficionado a estas contiendas.

Sánchez es técnicamente de izquierdas y Ayuso de derechas; pero que más dará eso. Lo que de verdad enfrenta a uno y otra, es su común militancia en el tópico que atribuye a los madrileños la condición o el carácter de chulos. Bajo el lema Para chulo, yo, el líder y la lideresa no paran de mentarse a la parentela y lo que haga falta con tal de quedar por encima del otro (o de la otra).

Mucho más que las ideologías, tan accesorias, lo que aquí interesa es el cultivo de los estereotipos regionales. No ha de resultar casualidad que la película más taquillera del cine español en toda su historia sea Ocho apellidos vascos, basada, como se sabe, en el contraste entre los tipismos de Euskadi y los de Andalucía.

Estas cosas gustan mucho al público. Tanto es así, que el Centro de Investigaciones Sociológicas decidió acometer hace cosa de treinta años una encuesta sobre el modo en el que los españoles veían a los residentes en cada uno de los reinos autónomos del país.

El resultado fue del todo previsible. Los catalanes eran tacaños: los gallegos, “cerrados”, los vascos, “separatistas”; los andaluces, graciosos, alegres y charlatanes; los aragoneses, tercos; y los madrileños, “chulos” y “orgullosos”. Sobra decir que los afectados por el tópico no se reconocían a sí mismos en ese retrato.

Paradójicamente, los que parecen aceptar y hasta cultivar el estereotipo que se les atribuye son los líderes de origen madrileño, tales que Sánchez y Ayuso. El presidente del Gobierno da el tipo de galán en la verbena de La Paloma; y su homóloga de Madrid no para de impulsar un atípico nacionalismo uniprovincial. “Nos haríamos trampas si pensáramos que esta región y su capital pueden ser tratadas como las demás”, llegó a decir la presidenta Ayuso, transmutada en Puigdemont de la meseta.

Sospechan algunos que la lideresa madrileña le quiere madrugar el cargo a Alberto Núñez Feijóo con su aparente propósito de ejercer de jefa de la oposición a Sánchez. Tampoco es eso, aunque a nadie le amargue un dulce.

Más bien se trataría de que tanto Ayuso como Sánchez han descubierto el éxito de público que tienen los zascas y la chulería en el debate político. Que eso coincida con el tópico de pichi, el chulo que castiga, tan exageradamente colgado a los madrileños, no pasa de ser una mera casualidad.

Lo cierto es que los estereotipos regionales, tan útiles para hacer chistes, han demostrado también su éxito en el campo de la política. Si no para otra cosa, el duelo en la corrala entre las dos pistolas más rápidas y altaneras de Madrid sirve para tener entretenida a la audiencia. Gane quien gane, la cuota de pantalla en las teles está garantizada. De las redes sociales ya ni hablamos.

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