Opinión | Al azar

Sánchez, Ayuso y familia

En la monarquía española camuflada de república, el probo teletertuliano plantea con enternecedora complacencia filosocialista que cenar repetidamente con un directivo de Air Europa no es un crimen, para absolver a Begoña Gómez. En primer lugar no se trata de un ejecutivo más de la compañía aérea, sino del consejero delegado además de hijo del fundador, pero no caben sutilezas a la hora de defender a Pedro Sánchez. El humilde espectador, que ni siquiera vota PSOE, no conoce a nadie que cene con Javier Hidalgo, no tiene ningún interés por sentarse a manteles con el empresario, y se le queda en los labios una pregunta al periodista en ejercicio de abogado defensor:

–¿Ha cenado usted alguna vez a solas con Javier Hidalgo?

Ponerse delante de los focos es la primera condición para ser enfocado y, en efecto, estas curiosas coincidencias gastronómicas con el poder económico repercuten únicamente en los allegados del poder político. En Sánchez, Ayuso y familia. España ha desaparecido como excusa en el combate cuerpo a cuerpo entre el presidente del Gobierno en Madrid y la presidenta del Gobierno madrileño. La implicación de esposas y novios es un indicio de la ceremonia de destrucción personal en curso, con despreocupación absoluta sobre la suerte de los administrados.

Los presidentes de Gobiernos madrileños han desmontado la ilusión de una política laica, desligada de las estructuras de parentesco, genéticas y de clan. Cuidado, no se coincide aquí con los beatos que propugnan farisaicamente la exclusión de esposas y novios de los gobernantes, para blindarlos fuera de los límites del escrutinio. Al contrario, se denuncia la pulsión napoleónica de Sánchez y Ayuso al implicar a sus allegados, olvidando que los estaban situando en la trinchera. Dicho de otra manera, en La Moncloa y en la Puerta del Sol sobran asesores muy bien remunerados para indicar a los cónyuges con quién no conviene cenar y a quién no conviene defraudar masivamente. Si no se han activado los controles, es porque aprueban los comportamientos ahora desvelados.

Es curioso tener que demostrar el peligro de los allegados de los políticos, en un país donde el caso Koldo muestra apartamentos de Benidorm puestos a nombre de niños, al un día todopoderoso Eduardo Zaplana sentado junto a su testaferro en un banquillo, por no hablar de Rodrigo Rato escudándose ante otro tribunal en una herencia paterna. Sin embargo, y en aras del rigor, se apelará a los informes de Transparencia Internacional sobre la difusión de la corrupción. La vigilancia debe centrarse según dicha institución en quienes “pueden tener un riesgo alto como personas expuestas políticamente (PEPs)”. A continuación, y sin ninguna diferenciación jerárquica, se incluye entre los necesitados de vigilancia a “personas hasta segundo grado de consanguinidad, afectividad o parentesco con PEPs”. ¿Por qué hay que llegar al segundo grado de los cuñados? Porque los políticos roban, una evidencia desagradable pero incontestable en un país que cumple treinta años con personajes públicos encarcelados por corrupción.

En los casos inmediatos de Sánchez y Ayuso, cabe consignar que sus respectivas parejas sentimentales muestran mayor capacidad de emprendimiento que los respectivos titulares de los cargos públicos, al cabo tristes funcionarios. Los hallazgos en curso obligan a plantear si se presentó a las elecciones el miembro más adecuado de las uniones citadas. Después de las iniciativas genealógicas fallidas de los Borbón o los Pujol, tal vez los presidentes de Gobiernos madrileños se han embarcado en otro experimento “demodinástico”, por emplear el término acuñado por Simon Sebag Montefiore en su monumental El Mundo: Una historia de familias.

La pureza también puede ser peligrosa, porque su escudriñamiento ha propiciado expresiones tan radicales como la de Indro Montanelli propugnando que el periodista independiente debería ser huérfano, hijo único y soltero. Es decir, obligado a cancelar todos los vínculos de afectividad que sombrean a los PEPs. Con todo, existe un amplio margen entre el ascetismo predicado por el antiguo fascista después tiroteado, y la extraña tendencia a cenar de nuevo con Javier Hidalgo cuando la primera experiencia debió ser disuasoria. O la inconsciencia de abrazarse a un defraudador fiscal a gran escala, que puede destruir cualquier carrera política. Es así como el país se adentra en la penumbra en que los partidos convencionales empujan a sus castigados fieles hacia los extremos, y en que Bildu florece con la única cualidad de diferenciarse de PP y PSOE.

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