Opinión | Artículos de broma

El diseño de la hamburguesa

Crece la oferta de hamburguesas con nuevas cadenas de burguers, restaurantes cool y furgonetas cuquis. La hamburguesa, que lleva nombre alemán, filete ruso y bandera estadounidense, compite ahora en la gastromercadotecnia con más aportaciones a la lengua que al paladar, de ahí el oxímoron burguer gourmet.

Es un bocadillo pensado para el cocinero —que hace una bola de carne picada, la aplasta y abrasa— contra el comensal, que debe llevarla al estómago sin perder los modales a la mesa ni mancharse. Para el cocinero, la hamburguesa es comida rápida; para el comensal, comida con prisa. Está tan rica como mal diseñada. Se presenta en un pan redondo que fuga el alimento por todas partes y ajeno al know-how del bocadillo español con dos puntos de ajuste (uno, cerca del bocado, otro, próximo al otro extremo), de la empanadilla argentina remetida por todas partes o de la pizza, bocata caliente aplastado.

Error sobre error, la hamburguesa en bollo redondo es una pieza circular de carne picada montada sobre rodajas de tomate, cebolla y pepinillo, una superposición de discos que patinan entre sí y, por su naturaleza geométrica, ruedan. Los vegetales, que aportan más coartada moral contra la grasa animal que agradable contraste de sabores y texturas, sumados a las salsas de colores fuertes y matices dulces y picantes, hacen derrapar la rueda de carne fuera de la rueda de pan blando, quitan el bocado de la boca y lo derraman sobre el plato, el envase de cartón o el vestuario del comensal y la comensala, entretenidos por la carrera hacia el codo que el ketchup y la mostaza disputan a toda velocidad. En el mismo momento en que la hamburguesa se coge con ambas manos, dejando al comensal indefenso, la carne empieza a autodestruirse, el emparedado a desvencijarse, las hojas de lechuga a desencuadernarse, la comida a descuajeringarse y el plato, sea cual sea su precio, a desbaratarse. No hay modo limpio de comer hamburguesas.

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