Opinión

La Guerra Fría calienta la cocina

Un par de años antes de que se alzara el muro de separación entre los dos bloques en los que había quedado dividido el mundo tras la Guerra Mundial, Nikita Jruschov y Richard Nixon tuvieron la feliz idea de encontrarse y escenificar, por primera vez de cara al público, un acercamiento, y acabaron discutiendo.

En plena Guerra Fría y con la intención de ir rompiendo el hielo, las dos grandes potencias organizaron incursiones pacíficas, en forma de exposiciones, en territorio enemigo. La Unión Soviética desembarcó en Nueva York exhibiendo su apabullante poderío tecnológico y armamentístico, con barcos atómicos, aviones y aeronaves, y Estados Unidos levantó en el corazón de Moscú una casa prefabricada y la equipó con lo último en electrodomésticos. Esa disparidad de estrategia tiene una lectura aparte, pero no viene ahora al caso.

El premier soviético y el vicepresidente de Estados Unidos se encontraron aquel 24 de julio de 1959 para adentrarse juntos en aquel monumento al más genuino estilo de vida americano erigido en el corazón del imperio soviético y acabaron enzarzados en una discusión sobre qué régimen político, el comunista o el capitalista, velaba más y mejor por los intereses femeninos. Pese a la distancia geográfica e ideológica entre ambos, en el fondo de sus planteamientos subyacía la misma actitud paternalista, y muy conservadora, hacia las mujeres.

En la casa prefabricada en el parque Sokolnik de Moscú, entre lavadoras, aspiradoras y neveras, estalló lo que los medios de comunicación, periódicos, radio y televisión, publicitaron como “la batalla de la cocina”. La contienda acabó en tablas y no causó bajas, aunque dejó seriamente tocado el ánimo de las feministas de la época, que contemplaron cómo, en un lado y al otro, las mujeres eran reducidas a la condición de cuidadoras de la familia y el hogar.

Nixon llegó presumiendo de la batería estadounidense de electrodomésticos, también de la gran oferta de cosméticos y maquillajes a disposición de sus ciudadanas. Jruschov criticó lo superfluo de todos esos productos de consumo rápido y la actitud capitalista hacia las mujeres.

Lo cierto es que inicialmente la Unión Soviética se preocupó mucho por el bienestar de las mujeres, abriendo guarderías, lavanderías y cantinas públicas para liberarlas de las cargas domésticas y facilitar su desarrollo personal. Había, sin embargo, un problema de fondo, y es que, en un régimen sin libertades, el desarrollo personal está muy limitado. Huelga decir cómo acabaron la Unión Soviética y sus ciudadanas.

Estados Unidos, tierra de libertad, con su maquinaria de consumo supo aprovechar los roles tradicionales para hacer negocio y obtener rédito político.

El feminismo ha sido utilizado muy a menudo por la política y el mercado, para bien y para mal, para ser agitado como bandera o para denostarlo, según convenga.

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