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¿Del bloqueo al ‘pasar página’?

Pedro Sánchez acabó su extraña espantada y ya está en la campaña catalana. Pero en España no ha cambiado nada fundamental. Sigue el bloqueo. Tras las elecciones de julio, se vio que Feijóo no podría gobernar porque no tenía mayoría para ser investido. Sánchez lo logró, pero con una alianza heteróclita —el único pegamento es el rechazo a la derecha— y tampoco puede gobernar. Ha tenido que olvidarse de los presupuestos de 2024 y la ley de amnistía —en los términos impuestos por Puigdemont— le ha generado un gran desgaste.

Y sigue la guerra en los procesos electorales. En Galicia, buenos para Feijóo. En Euskadi, favorables al PNV y al PSOE. El próximo domingo, en Cataluña. Y el 9 de junio en las europeas. Pero la gran prueba de fuego serán los presupuestos de 2025. Con ellos, Sánchez querrá seguir, aunque sea a trancas y barrancas. Sin presupuestos del 2025 —y los resultados catalanes, sean los que sean, no le ayudarán— deberá convocar elecciones. Y mientras el bloqueo entre los dos grandes partidos, y más entre los dos líderes, tiene a la política española —menos a la sociedad— cada día más polarizada, crispada… y paralizada.

Feijóo quiere liquidar a Sánchez, proclama que el sanchismo rompe la Constitución y el Estado de derecho y protesta en Europa contra el Gobierno. Y Sánchez denuncia los pactos del PP con Vox y asegura que “el fango” contra él —y contra su esposa— se deben a que Feijóo es parte de la gran ola reaccionaria europea.

Todo demasiado hispánico, porque el PP y la socialdemocracia están juntos en Bruselas —y seguramente lo seguirán tras las elecciones europeas— frente a la extrema derecha, que sube en muchos países y una más residual extrema izquierda. España es diferente. En parte mejor, porque Vox tiene menos fuerza que sus amigos en Francia o en Italia, pero también peor, porque la incompatibilidad existencial entre los dos grandes partidos impide cosas tan relevantes como renovar el Consejo del Poder Judicial, que arrastra una surrealista prórroga de más de cuatro años.

Este marco hace imposible no ya regenerar la democracia, sino que la democracia funcione con normalidad. Y los extremos de Vox y Sumar agravan la polarización y nos alejan de los consensos europeos.

Cataluña votará el domingo. Las encuestas dicen que Salvador Illa, que propone pasar página del procés, ganará, pero que ERC y Junts seguirán teniendo muchos votos. Y en la última semana de campaña la tensión subirá. ¿Se abrirá otra época? En parte ya ha pasado, porque el Govern independentista que salió con dificultades tras las elecciones de 2021 se rompió en octubre de 2022 por la incapacidad de ERC y Junts de gobernar juntos. El procés se basaba en la unidad independentista para separarse de España. La ruptura unilateral de 2017 fracasó y ahora ERC y Junts se enfrentan duramente para ver quién queda delante. El papel de Puigdemont en Madrid reforzó a Junts, pero parece que ERC, con un combativo Aragonès que muestra colmillo, remonta.

Para saber qué pasará hay que esperar el detalle de los resultados. ¿Cuánta ventaja sacará Illa al siguiente, si se confirma que ganará bien? ¿El segundo será ERC o Junts? ¿El independentismo perderá —lo dicen muchas encuestas— su actual e inoperante mayoría absoluta? Sea como sea, para “pasar página” Illa deberá llegar a acuerdos transversales, porque no habrá mayoría alternativa. De hecho, desde la ruptura del Govern de 2022, Aragonès ya ha gobernado con acuerdos con el PSC. Y el anticipo electoral no es culpa de ninguno de los dos, sino de que los Comuns no votaron los presupuestos.

Un pacto explícito como el de Euskadi entre el PNV y el PSE parece una quimera. Ni el PNV ni Bildu priorizan la independencia, tienden a difuminarla. Cataluña no es Euskadi. Pero Puigdemont (frases aparte) apuesta por la presión a Madrid, no por la unilateralidad. Y ERC prioriza una financiación a la vasca y un referéndum pactado, pese a que todas las encuestas dicen que el apoyo a la independencia no supera el 42%. ¿Se pueden tener que repetir las elecciones?

Quizás el plus de Illa es que cree que los pactos transversales no se lo serán necesarios, sino que serían positivos. Cataluña es un país pactista. ¿Sabrá pactar con ella misma?

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