Opinión | Crónicas galantes

La rebelión de las moscas

Un tumulto de moscas insurgentes viene alterando la paz de Tomiño y otros municipios de Galicia, que es país acostumbrado a casi todas las plagas. Incluso a las de orden oleoso, como la que de vez en cuando nos trae el chapapote por vía marítima.

Mucho menos dañosas que la velutina y otras avispas, las moscas son, básicamente, una molestia asociada al calor. Si unas pocas bastan para que la gente pierda la paciencia, fácil es imaginar lo que supondrán al caer sobre una población en número multitudinario. La propia alcaldesa de Tomiño ha advertido de los posibles efectos de la plaga sobre la salud mental de los vecinos.

Las moscas dan mal rollo desde que Antonio Machado observó que tienden a posarse sobre los “párpados yertos de los muertos”. Son bichos que suelen hozar en la porquería para dejarla después en cualquier lugar de la casa y en la piel de sus moradores. Felizmente, no pican, como los mosquitos; pero aun así muerden, dan grima y podrían transmitir alguna que otra dolencia. Estas conjuras de animales alados son más frecuentes de lo que pudiera parecer, como bien sabemos en Galicia. Las gaviotas, por ejemplo, dejan caer cada día su ácida lluvia de excrementos desde los cielos de Vigo y A Coruña; e incluso se aventuraban a internarse años atrás en tierras de Ourense. Su habilidad para lanzarse en picado sobre las mesas de las terrazas las hace particularmente temibles para el ramo de la hostelería, que paga los platos (y vasos) rotos.

Menos conocidas, pero igualmente fastidiosas, las bandadas de estorninos vuelan cada cierto tiempo sobre sobre algunos municipios del reino, desde A Coruña a Lugo y de Ribadeo a Lalín. Llegan en número lo bastante copioso como para nublar con su populosa arribada la luz del sol.

Ni siquiera parece improbable que Hitchcock se inspirase en estos pájaros de cuenta para su famosa película. Bien podría haber contratado a nuestras gaviotas y estorninos como figurantes.

Lo de las moscas es distinto y, más que nada, novedoso. Contra ellas no valen los tradicionales métodos empleados para combatir a la pajarería en Galicia. El arsenal utilizado por los concellos incluye desde el medieval arte de la cetrería a la emisión de ondas ultracortas, sin excluir altavoces que simulan estampidos y chorros de agua a presión. Con mayor o menor éxito, la batalla continúa.

Infelizmente, es sabido que no conviene matar moscas a cañonazos; lo que hace más bien inútil el uso de esas técnicas. Los expertos en el ramo de los dípteros atribuyen la causa de la actual plaga al cambio climático —que, en efecto, tiene la culpa de casi todo— y a ciertos malos hábitos en el abono de los cultivos.

Sin duda están en lo cierto, aunque la corrección de esos motivos de fondo no parezca fácil en el corto plazo, que es lo que exigen con razón los vecinos afectados por la invasión de las moscas, justamente adjetivadas de cojoneras.

De momento no les queda a las víctimas otro recurso que inspirarse en las cien mil moscas de la fábula de Samaniego que, por acudir a un panal de rica miel, murieron presas de patas en él. No es seguro, por desgracia, que haya tanto panal para atrapar a las moscas que en populosa nación han caído sobre este reino de las mil plagas.