Opinión | Sólo será un minuto

La toma de la pastilla

Haría falta un pastillero bastante grande para guardar todas las píldoras que harían más llevadera la vida diaria. Una, por ejemplo, para soportar sin que irrumpa el sopor los discursos manidos y maniatados de tantos políticos que, como muñecos de ventrílocuo mediocre, repiten las mismas consignas vacías, los mismos mensajes embotellados en falsedad, las mismas arengas cargadas de anteojeras. Otra píldora para apaciguar la irritación que producen los desmanes antideportivos cuando están regidos por el fanatismo que excluye, desprecia y agrede en nombre de unos colores que se ondean como arma arrojadiza.

Una píldora más para llevar con sosiego las barbaridades que se extienden como aceite hirviendo por las redes sociales cuando se plantean asuntos propicios para el estropicio (fútbol y política sobre todo y de nuevo) con opiniones que no buscan el diálogo sino el monólogo monótono e iracundo. Más, más pastillas: para no sentir náuseas cuando las noticias toman al asalto la actualidad y la llenan de horror, injusticia, miseria y codicia, entre otras fosas siempre abiertas. O para armarse de paciencia contra la gente antipática, envidiosa, maledicente, embustera, manipuladora, intolerante y a(co)gotadoramente tóxica que pueda salir al paso, y a la que a veces no se puede sortear porque son peaje de convivencia. Y, ya puestos, pastillas contra los salvajes del volante, los pasajeros repulsivos o los intransigentes que no saben beber ni dejan vivir, los traficantes de pesadillas venenosas o los mercaderes de odios y bajezas que venden sin escrúpulos su mercancía averiada.