Opinión

Las elecciones europeas menos europeas

El partido popular se ha vuelto a frustrar en su empeño por convencer de que el electorado está por un cambio al gobierno de Pedro Sánchez.

El fracaso de Feijóo como líder del PP es ya evidente por mucho que en las últimas semanas, a fuerza de encuestas, hubiera bajado sus expectativas de mayoría y ya no presentara estas elecciones europeas como un plebiscito en torno al presidente de gobierno, sino como un pasito más hacia la Moncloa que, salvo giro catastrófico, ni él cree que pueda llegar. Un partido oportunista, es decir, que trabaja políticamente a salto de mata, dramatizando cada enfrentamiento de oposición como un antes y un después, no puede estresar eternamente al electorado y el hecho de que los resultados de las elecciones no reflejan este dramatismo político manifiesta que las cosas no son tan trágicas como dice la derecha; o que su líder es tragicómico. Y eso parece Feijóo.

El PP, siempre de urgencias, después de estrellarse con cada intento de liderazgo acaba quemando a sus líderes antes de apurar las últimas caladas, para no quedar aún más descolocado. Pareja de un Vox insuperable, que monta rezos de rosario para que dios dificulte la aplicación de la ley de amnistía, el PP, iría bien en ir aprovisionando el divorcio y aproximarse al modelo de cohabitación que tras estas elecciones parece que volverá a reinar en la eurocámara. Un partido serio, si es que el PP quiere serlo, por muy desesperado que esté, no puede arrimarse al ridículo.

La pax electoral que se abre debería facilitar que el partido popular se plantee su refundación, y expulsión ideológica de quienes lo anclaron al pasado. Sin más principios que aquellos que convenían, el Partido Popular fue la reconversión de aquella Alianza Popular fundada por prebostes de la dictadura que, en una pirueta dialéctica, decidieron dar la batalla por la continuidad de los valores del régimen dentro de un sistema democrático. En los setenta esas contradicciones eran la norma. Recordemos que las dictaduras socialistas se llamaban repúblicas democráticas y que el régimen de Franco se calificaba de democracia orgánica.

El otro gran derrotado, aparte de Sumar, es Puigdemont. Ha perdido un diputado y el independentismo en su conjunto, novecientos mil votos. Ciertamente, el procés ha terminado en su versión independentista y, solo podría sobrevivir si enfoca su anhelo soberanista recuperando el ideario federalista que fuera la divisa del nacionalismo y del independentismo. Francesc Macià, el referente histórico del independentismo declaró la “República Catalana dentro de la Federación Ibérica” (1931). Si no quieren aceptar su fracaso y afrontar su desaparición como opción hegemónica, el independentismo tiene la salida holgada de recuperar la tradición federalista. El federalismo es la gran opción de país. Los estados federados son co soberanos con la unión federal.

Con las elecciones europeas se cierra los liderazgos que procedieron al descalabro económico y moral de Catalunya. Puigdemont y, sobretodo Oriol Junqueras, el gran prestidigitador, recuérdese sus arengas y la crónica de cómo fue la DUI, que cuenta Xevi Xirgo en “Puigdemont, m’explico”, y que concuerda con la memoria de los periódicos de aquellos días.

El triunfador de facto es el socialismo. Ni hubo descalabro, mantiene su representación anterior, 20 diputados, ni clara mayoría del partido popular, 22 diputados; tenían doce y habrán sumado los siete de Ciudadanos, esperable. Los de Vox han aumentado en dos diputados su presencia en la eurocámara, tienen 6. Y la irrupción de la nueva ultra derecha reventista, Se Acabó La Fiesta, que bien podría estar inspirado por la elocuencia de la señora Ayuso, no deja de ser la anécdota antisistema.

Tras estas elecciones, las más en clave nacional que europea, Pedro Sánchez tiene argumentos para impulsar, si quiere, un programa regenerador de nuevo cuño en la línea de lo que manifestó tras su reflexión. Está legitimado.

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