"Mi vida es más difícil, pero no necesariamente peor". Con esta declaración de intenciones comienza Paulo Fontán a relatar cómo hace quince años y dos días todo cambió. Tenía 17 años y regresaba a casa a las 04.30 horas de la madrugada junto a su primo y un amigo. Viajaba de copiloto por la entonces llamada vía rápida de O Salnés, hoy autovía. El conductor se despistó. El siguiente recuerdo que tiene es despertarse en el hospital. Tenía afectada la vértebra número cinco y sufría una tetraplejia. "Perdí toda la movilidad en las piernas y algo en los brazos", comenta ahora con 32 años.

Cuenta su historia con una condición: no quiere dar una imagen "lastimera". "Desde el punto de vista personal tienes que mirar para delante y yo tengo las mismas necesidades que el resto de personas. Quieres una vida normal, quizás hijos, una pareja... Lo que pasa es que lo tengo más difícil que otros", resume antes de explicar que necesita ayuda para asearse, acostarse o incluso comer.

Paulo, que vive a once kilómetros de Pontevedra junto a sus padres y dos hermanos, explica que "no había drogas, alcohol ni nada raro" que tuviese relación con el accidente. Simplemente un despiste. "Yo me llevé lo más gordo, pero el cinturón de seguridad probablemente me salvó", recuerda. Hace tanto de su accidente que ya ni recuerda las fases habituales que una persona atraviesa cuando sufre una lesión medular: "Pasas por la negación, luego culpas a todo el mundo, algunos incluso caen en fases depresivas, hasta que acabas asumiéndolo, aunque no todo el mundo llega en el mismo momento a esta fase". Antes del accidente, cuando estudiaba tercero de BUP, quería cursar una ingeniería informática, pero las limitaciones físicas lo obligaron a cursar un FP II de la misma rama. "Luego hice una diplomatura en Xestión y Administración Pública y varios cursos sobre gestión de entidades sin ánimo de lucro". Esa formación le ha servido para, desde hace tres años, coordinar los recursos de Cogami (Confederación Galega de Persoas con Discapacidade).

Su compañía de seguros le permitió entrar en uno de los más prestigiosos centros de tratamiento de lesiones medulares de España: el Instituto Guttmann de Barcelona, un centro privado que comenzó a ofrecer tratamiento integral a las personas con lesiones medulares hace más de tres décadas. "Allí recibes un tratamiento casi individualizado y a nivel psicológico también hacen un gran esfuerzo", dice.

Gracias a esas sesiones, habla sin tabúes de su lesión, de su vida y de las expectativas que tiene, tan indefinidas como las de las personas que lo rodean. "Sigue habiendo mucho paternalismo, pero tampoco me gusta el heroicismo y que me digan eso de que 'yo no sería capaz de salir adelante en tu situación' porque no lo saben. Si te toca a ti, también lo harías", resume.

"Estoy menos capacitado para practicar una cirugía, pero no por estar en silla de ruedas lo estoy menos para ser profesor", argumenta antes de lanzarse al tema que quizás sea el mayor tabú existente alrededor de las personas en silla de ruedas: el sexo.

"Existe la percepción social de que somos personas asexuadas que no podemos tener hijos. Es falso. Dependiendo de la lesión puede haber más o menos control de la sexualidad y además se pueden tener hijos mediante fecundación in vitro", lanza.

Pero establecer una relación de pareja sigue siendo difícil debido a los prejuicios y las dificultades que acarrea, por ejemplo, "no poder ir a cualquier lugar, sino que tiene que tener siempre rampa para poder entrar, no te vale cualquier cafetería, tardas más tiempo porque en mi caso, que no tengo carné y me tienen que llevar a todos sitios". Aunque no tiene novia, tampoco se lo plantea. "Si viene bien y si no, pues también", admite antes de reconocer que, por si acaso, se ha comprado un piso "como inversión" en el centro de Pontevedra, al que acude de vez en cuando.

El futuro pasa, revela, por "intentar mejorar las condiciones de vida de las personas con discapacidades en general desde mi trabajo, ejerciendo presión para lograr más recursos asistenciales". Y es que existe un lastre económico determinante para las personas en silla de ruedas.

"La propia silla vale mucho dinero, en fármacos ya te gastas unos cien euros al mes, la cama, las obras en casa....", enumera. Y aprovecha para reclamar más ayudas. "En mi caso necesito el apoyo de alguien para realizar actividades cotidianas y si la Administración me facilitase ayudas podría contratar a alguien y no tendría que hacerlo todo mi madre. Así yo podría escoger cómo llevar mi vida sin complicar a la familia", concluye.