La prematura muerte de Paco de Lucía, a los 66 años, ha dejado un montón de huérfanos en el mundo del flamenco y de la música. Paco, que tenía grandes seguidores, ha sido el más grande de los tocaores. Como a Camarón de la Isla en el cante, a él le debemos la universalización del flamenco a partir de su popular tema Entre dos aguas. Con su pulso firme y ligero contribuyó a la apertura de un género cerrado en sí mismo y en su pesada tradición, haciéndolo avanzar hacia la fusión y la cultura universal, pero sin perder nunca la esencia, algo que, como a Camarón, nunca le perdonaron los torquemadas del dogma.

Detrás de Paco había un hombre tímido, que trabajó duro desde niño y que mamó el flamenco desde la infancia.

Su padre Antonio Sánchez Pecino, un tocaor sin gloria, se buscaba la vida por la noche en las fiestas y llegaba siempre a su casa del barrio gitano de La Bajadilla al clarear el día, acompañado de un montón de flamencos. Allí estaban Paco y sus hermanos Ramón de Algeciras, Pepe de Lucía, María Luisa y Antonio, mamando la soleá, la siguiriya, la bulería, los tientos, las alegrías, las tarantas... El gran Fosforito, que le conoció en sus primeros años, ya adelantó en rigurosa exclusiva que sería un "monstruo".

Y entonces conoció a Camarón y se enamoró de él para siempre porque ese gitano rubio era lo que él hubiera querido ser. Con el de la Isla había una comunión espiritual que venía del fondo (o del jondo) y ambos tenían una fuerza especial que bebía de la rabia. Paco dialogaba con las cuerdas, las susurraba y las hacía escupir notas a una velocidad casi patológica. No era una técnica, sino un lenguaje, porque "la velocidad no se estudia, es la forma de luchar contra la inseguridad y el miedo", decía.

Ese hombre tímido e inseguro escondido detrás de la guitarra mamó del Niño Ricardo y después de Sabicas y de Escudero y cuando se dio cuenta se había emancipado de los maestros y tocaba con su propio corazón, siguiendo sus propias leyes, creando su personalidad única. El Teatro Real de Madrid fue testigo en 1975 del nacimiento de ese Paco ya libre de ataduras que se había ido gestando poquito a poco. Ya nunca dejó de innovar, traspasando los muros y encontrándose al otro lado, pero muy cerca, con el jazz, la salsa, el rock, el blues... la música. Pero nunca perdió su identidad, que era pura, flamenca.

Se nos fue Paco así de pronto y sin avisar. Ese que, según Félix Grande tiene una manos que "se hunden en la música flamenca y emergen chorreando naufragios y memoria; desobediencia, poderío y libertad, porque solo hay respeto en la desobediencia y solo ella es creadora".

Hoy, una guitarra apoyada en una silla de enea al fondo oscuro de un cuarto se ha quedado muda, sintiendo cómo se debilitan los ecos de un nervio puro que se ha parado para siempre.

Que la tierra te sea leve, Paco.