El papa Juan XXIII, que hoy será canonizado en Roma junto con Juan Pablo II, visitó Galicia en 1954, cuando era aún el cardenal Angelo Roncalli, patriarca de Venecia, invitado por el cardenal ourensano Fernando Quiroga Palacios para impulsar el año santo jacobeo, que tiene en ese año un punto de partida en la eclosión de las peregrinaciones como fenómeno espiritual y social multitudinario.

Esa visita de Roncalli a Compostela, que el Hostal de los Reyes Católicos, inaugurado en ese mismo año 1954, aún recuerda al denominar Habitación del Cardenal a la estancia que Quiroga usaba como despacho y que ocupó el purpurado italiano, tendría una importancia decisiva en el devenir y transformación de la Iglesia española, entonces identificada aún sin fisuras con el ideario franquista hasta el punto de definir la Guerra Civil como una cruzada. No hay que olvidar que en España se prohibió la encíclica de Pío XI contra el nazismo.

Roncalli y Quiroga habían sido nombrados cardenales conjuntamente en 1952, en el consistorio convocado por Pío XII y les unía una buena amistad. El encuentro en Compostela del hombre que impulsará el Concilio Vaticano II que cambió a una Iglesia católica estancada en el pasado y Quiroga Palacios, que se convertirá en el primer presidente de la Conferencia Episcopal Española, una de las herramientas de reforma surgidas del histórico concilio, es una de las claves de la transformación de la Iglesia española en el siglo XX.

Angelo Roncalli, que sería elegido Papa con el nombre de Juan XXIII en 1958, llegó a Santiago el 22 de julio de 1954, procedente de San Sebastián. El futuro pontífice, que pertenecía a la Archicofradía del Apóstol, fue huésped de Quiroga Palacios hasta la mañana del día 24. El día 23 ofició la misa en el altar mayor de la catedral compostelana.

En esos días, se mostró afable y cercano y frente al Pórtico de la Gloria declaró que había sido una gran satisfacción personal postrase ante el sepulcro del Apóstol como un peregrino más.

La persona que más departió con Roncalli en esa estancia, aparte de Quiroga, fue Jesús Precedo, quien era entonces profesor del seminario y sería más adelante un emblemático deán de la catedral.

El coruñés José Luis Blanco, uno de los tres o cuatro estudiantes de la diócesis compostelana que se formaron en aquellos años en la Universidad Pontificia Gregoriana en Roma, regida por los jesuitas, guarda en su archivo un exclusivo testimonio gráfico de esa excepcional visita. "Era julio, el día 23 o 24, no recuerdo exactamente, pero muy próximo al Día de Santiago. Yo estaba entonces haciendo un curso de verano en San Martín Pinario, por consejo de Quiroga Palacios, y me encontraba haciendo fotos al Pórtico cuando Jesús Precedo, que había estudiado conmigo en Roma, aunque era mayor que yo, ya que había cursado Derecho Canónico además de Teología, se me acercó y me dijo que necesitaban a alguien que fotografiase al cardenal Roncalli, que se encontraba de visita en la catedral", recuerda José Luis Blanco. Así fue cómo retrató al que sería el papa Juan XXIII, el gran reformador de la Iglesia católica en el siglo XX, en su único viaje a Galicia y España. "En la foto que conservo, se ve al cardenal Roncalli con Quiroga Palacios y el también cardenal Feltin, de París. Al fondo se ve a una cuarta persona que creo que es Lauzurica, arzobispo de Oviedo, donde había estado también Roncalli camino de Santiago", señala José Luis Blanco mientras observa el histórico documento.

El pontificado de Juan XXIII, que era conocido por los fieles como "el Papa bueno", fue relativamente breve, de 1958 a 1963, pero sumamente intenso. Sus encíclicas, en plena guerra fría, se convirtieron en documentos señeros que marcaron el papel de la Iglesia católica en el mundo actual. Pero el punto culminante de su trabajo apostólico fue, sin duda, la iniciativa personal, apenas tres meses después de su elección como pontífice, de convocar el Concilio Vaticano II, que imprimiría una orientación pastoral renovada en la Iglesia católica del siglo XX. Una visión más cercana de la Iglesia que continuó Pablo VI pero se enfrió con Juan Pablo II y que para muchos ha desenterrado del olvido el papa Francisco.

"Sin la menor duda" -asiente el sacerdote ahora secularizado José Luis Blanco, autor de la histórica foto y una de las figuras claves en la puesta en marcha de organizaciones católicas de asistencia social a los emigrantes y los marineros en Galicia-. "Juan XXIII era un hombre de pueblo -añade José Luis Blanco, que volvió a verle en par de ocasiones en Italia, ya como pontífice, después del episodio compostelano-, incluso en su fisonomía, ya que era más bien bajo, no procedía de la burguesía como otros Papas. En estas canonizaciones que vienen, Juan XXIIII va a ser eclipsado por Juan Pablo II. Al desempolvar esta foto, quiero rendir con este recuerdo un homenaje a un hombre del que se va a hablar poco y significó mucho. Creo que la presencia y cercanía pastoral del Concilio Vaticano II está renaciendo con el papa Francisco. Es temprano aún para hacer juicios, pero sus gestos tienen un trasfondo, no son solo para la galería. Lo creo porque él es jesuita y yo soy hijo de una educación jesuítica".

La canonización de Juan XXIII vuelve a poner el foco también en el gallego Quiroga Palacios, el gran reformador de la iglesia española tras la posguerra, cuyos restos descansan al pie del Pórtico de la Gloria. El cardenal ourensano, que participó en los cónclaves que eligieron a Juan XXIII y Pablo VI, los dos grandes innovadores de la Iglesia, bregó con paciencia y astucia con unos prelados españoles anclados en el nacionalcatolicismo que desde el principio pusieron la proa a los vientos reformistas del Concilio Vaticano II.

Jacinto Argaya, obispo de Mondoñedo-Ferrol, que asistió a los debates del Vaticano II en Roma, cuenta en sus Memorias el choque de los dirigentes eclesiásticos españoles con ese espíritu renovador: la delegación española era "senil", escribe, "habíamos vivido aislados del episcopado mundial y era evidente que teníamos que rejuvenecer".

"Santa osadía", llamaron los biógrafos de Quiroga su atrevimiento de impulsar la liturgia en gallego, hasta en punto de ser el primer cardenal que ofició una misa en esta lengua. La Academia Galega lo nombró académico de honor por su defensa de la cultura de Galicia. El purpurado gallego era cualquier cosa menos un personaje plano. Capaz de una singular sintonía personal con Franco, fue a la vez una sutil pieza imprescindible para desmontar el nacionalcatolicismo, el más importante soporte ideológico del dictador.

El teólogo Francisco Carballo, próximo a la Teología de Liberación y también ourensano, llegó a afirmar que Quiroga "representó la dignidad de Galicia frente al franquismo".

"Quiroga Palacios era un hombre abierto y de corazón enorme", afirma José Luis Blanco, que asistió a su toma del capelo cardenalicio en Roma en 1953, cuya foto también conserva. "Cuando alguna vez te reñía, se ponía todo colorado. No era un prelado al uso en la España franquista. Por algo fue el primer presidente de la conferencia episcopal. Uno es mimbre o es tronco. Si eres mimbre, el viento te tumba. En aquella España de enormes presiones políticas en la Iglesia, Quiroga fue tronco".