¿Aburrimiento de ver siempre las mismas portadas? ¿Ganas de leer algo diferente y recomendarlo antes que nadie? ¿Necesidad de merodear un poco más allá de las góndolas señaladas? Aquí van unas recomendaciones para que, en este agosto en el que siempre habrá demasiada gente haciendo lo mismo en los mismos sitios, por lo menos sus lecturas, además de excelentes, sean originales.

Nada mejor que empezar con una de templarios que no es una de templarios. Fernando del Castillo ha levantado en El librero de Cordes (Piel de Zapa) un edificio paródico que, por supuesto, rebosa misterio y amor, pero cuya clave es una monja. No pierdan de vista a la monja. En la misma editorial tienen dos de las novelas más cañeras e hipnóticas de estos años: M y El sí de los perros, de Juan Vilá. Palabras mayores.

Nos vamos a Japón. No dejen pasar de largo El museo del silencio (Funambulista), la última entrega en castellano de Yoko Ogawa. La autora de La fórmula preferida del profesor, La residencia de estudiantes, La piscina o Los tiernos lamentos es, pese a su gran calidad, una superventas en su país. Dispónganse a descubrir qué ocurre cuando alguien monta en un pueblo un museo con objetos que han de ser robados a sus habitantes en el preciso momento de su muerte. Muchos años antes de nacer Ogawa, el escritor de misterio Kyusaku Yumeno plasmó en la inquietante y muy imaginativa El infierno de las chicas (Satori) los oscuros laberintos en los que se internaban algunas mujeres para sustraerse a la dominación de los hombres.

Infierno es sinónimo de conmemoraciones, porque en este 2014 coinciden el 100º y el 75º aniversario del inicio de las dos guerras mundiales. ¿Hastiado de tanta "maravilla" escrita de encargo? Entonces lo mejor es ir a la madre. En 1928, Hans Herbert Grimm publicó Historia y desventuras del desconocido soldado Schlump (Impedimenta), una virguería antibelicista que los nazis se encargaron de quemar poco después y que no fue rescatada hasta anteayer. En la misma editorial, la gloriosa Elizabeth Bowen nos lleva con El fragor del día, novela hasta ahora inédita en castellano, al Londres bombardeado por la Luftwaffe. Para descubrir cómo corrían la sangre y las lágrimas y a qué olía el sudor.

A la altura de 1931, Marlene Dietrich, que un año antes había protagonizado El ángel azul, ya había conseguido que Hollywood le besase los pies. El gran Franz Hessel, cronista por excelencia de Berlín, vio claro el fenómeno y escribió esta fantástica semblanza que, titulada con el nombre de la actriz, traduce ahora Errata naturae. Dos años después, Dietrich rompía con la Alemania nazi.

Ya sabrán, más que nada por Merkel, que Alemania sobrevivió a Hitler. Durante décadas, y esto es ajeno a la canciller, sus literatos le dieron vueltas al pasado y a la culpa. Siegfried Lenz marcó un hito con el relato largo El barco faro (Impedimenta), claustrofóbica alegoría sobre el bien y el mal que se inicia cuando un grupo de malhechores asalta un navío baliza anclado en el Báltico. Esta obra maestra de la literatura germana de posguerra bien puede valer de pórtico para abordar Confluencias (Alpha Decay), antología de la mejor narrativa alemana actual. De Handke a Trojanov, pasando por una pequeña legión de espléndidos muy poco o nada conocidos.

Después de Hitler, las guerras siguieron. La de Vietnam, que puso patas arriba a la juventud de medio mundo, ha sido vista a menudo como un descontrolado sinsentido. Pero el historiador y periodista Nick Turse se ha empeñado en Dispara a todo lo que se mueva (Sexto Piso) en explicar que no, que Vietnam sólo inaugura una forma de hacer la guerra con criterios de empresa que todavía padecemos. Algo así como la industrialización racionalizada de la masacre. Una idea que, por supuesto y pese a quien pese, no fue exclusiva de los nazis.

La muerte da para mucho. Vean si no las dos siguientes propuestas. La primera es una pieza muy, muy grande de sólo 94 páginas, Hermana Muerte (Periférica), del maestro Thomas Wolfe, uno de los pilares de la narrativa estadounidense de la primera mitad del XX. El óbito de cuatro personajes anónimos en cuatro momentos diferentes de Nueva York le sirve a Wolfe -atención a la reciente reedición de su monumental Del tiempo y el río en Piel de Zapa- para condensar en esos tránsitos toda la desolación que percibe en las grandes urbes. La segunda, en fin, es Sylvia (Navona), una vigorosa novela negra escrita por el autor de Espartaco, Howard Fast, quien, perseguido por comunista en sus EEUU natales, hubo de firmarla con el pseudónimo de E. V. Cunningham.

Cambio de tercio. Juanjo Barral lleva muchos años dando muestra cumplida de su pasión por la poesía. Tras regalar a los lectores hace un año con Pop supuesto, su multicolor revisión de la música disfrutada en concierto, ahora nos entrega La sombrilla de Mahou (Baile del Sol), segundo poemario que consagra a peripecias estivales. Barral, cronista de sí mismo hasta en el punto y aparte, tiene una voz muy propia que oscila entre el encabronamiento del cascarrabias y el desconcierto virginal de quien a menudo quiere ver el mundo con ojos de niño. El punto de vista idóneo para colocarse al borde del mar y disfrutar hasta de los mosqueos.

Hay que ver. Al borde del mar transcurría buena parte de Quadrophenia, la ambiciosa historia de pasión y locura juvenil que llevó la música de The Who a su mayor complejidad. Del guitarrista y motor de la banda, Pete Townshend, se acaban de publicar unas esperadas memorias, Who I Am (Malpaso), en las que, con todo lujo de detalles y, cómo no, barriendo para casa cuando lo precisa, repasa desde el incandescente Londres de los 60 hasta su desgraciada implicación en un sumario de pornografía infantil. Townshend, a diferencia de Neal Young (El sueño de un hippie, Malpaso), ha hecho los deberes en su peculiar indagación del devenir pasado. De todos modos, la obra de Young, aunque menos currada, resulta entrañable.

Y para terminar, otra manera de concebir el discurrir de los instantes y muchas cosas más. El reloj milagroso (Guadalmazán) es el resultado, asombroso y apasionante, del internamiento que el ingeniero Antoni Escrig ha hecho en el mundo de la automática. Por supuesto, por estas páginas desfilan todo tipo de robots, autómatas y máquinas prodigiosas más o menos previsibles o conocidas.

Pero Escrig va aún más allá y, con una pluma tan fértil como enciclopédicos son sus conocimientos, nos desvela cómo la automática tiene su origen en los albores mismos de la existencia humana. Vamos, que cuando empezó le quedaba por delante al menos tanto tiempo como el que todavía tiene el lector de agosto para disfrutar de estas singulares recomendaciones.