Fallecer en la soledad más absoluta sin que nadie se percate durante días o incluso meses es una cruda realidad que esta semana se ha cebado con Galicia, con tres muertes de estas características detectadas todas ellas en apenas una semana por la presencia de un olor casi insoportable.

En Viveiro (Lugo), un hombre que vivía de alquiler en la zona de Covas podría haber perecido ya el pasado febrero. Sus arrendatarios residen normalmente en Inglaterra y fue ese mes en el que él dejó de ingresar el dinero que habían acordado como alquiler. La hediondez y la llegada de los renteros propició el descubrimiento de su cadáver, en avanzado estado de descomposición.

En Ferrol, una vecina de la calle Alcalde Usero perdió la vida en idénticas circunstancias, pues, a falta de la autopsia, las causas parecen ser naturales. En su caso, a diferencia del anterior, fue un pariente que no pudo contactar con ella el que dio la voz de alarma y, finalmente, se confirmaron las peores sospechas.

En Ourense, también se encontró el cuerpo de un vecino de la Rúa Marquesa, que solía dar largos paseos por el barrio y por el casco de la ciudad. Como en los episodios mencionados, el tufo permitió ver lo que había ocurrido.

Según la última Encuesta Continua de Hogares correspondiente a 2018 y divulgada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) ya solo en la comunidad gallega son 278.600 las personas que viven solas, en hogares unipersonales, y en la ciudad ourensana el fenómeno es más acusado si cabe. No en vano, el alcalde de Ourense, Gonzalo Pérez Jácome (DO), ha vuelto a poner sobre la mesa la necesidad de un plan de choque, que consistiría en una comunicación constante, cada dos o tres días como máximo, mediante llamadas, para comprobar fehacientemente que todo esté en orden.

Muy lejos de Galicia, en Japón, las empresas de limpieza forense se han convertido en los testigos de esta lacra. Las cifras señalan que cerca de 33.000 personas mueren solas cada año en sus hogares en Japón, sin que nadie descubra su cadáver durante semanas.